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HASTA SIEMPRE AMIGO, ADIÓS PRESIDENTE
Miércoles, 10 de julio de 2019
Argentina de luto por la muerte de Fernando de la Rua
Desde hace tiempo vengo reconociendo la tarea de Fernando De la Rúa. Pero ahora, en la hora de su muerte, me siento en la obligación moral no solo de expresar mis condolencias a su familia, sino también mi más profundo reconocimiento a su lucha por el bienestar de los argentinos

La Argentina está de luto. Murió un patriota. Un demócrata. Un amigo. A los 81 años, ayer a la mañana murió Fernando de la Rúa. El ex presidente estaba internado en grave estado en el Instituto A. Fleming. En las últimas horas, su estado había empeorado a raíz de una descompensación cardíaca y renal.

Supe de la noticia temprano, pese al feriado. Leí que el presidente Mauricio Macri había lamentado el fallecimiento del ex presidente Fernando de la Rúa. Y que dijo que “su trayectoria democrática merece el reconocimiento de todos los argentinos”. Claro que si.

La democracia argentina está de duelo, me animo a decir sin miedo a equivocarme. Porque Fernando fue un grande de verdad. Un dirigente político ilustrado como pocos, un hacedor incomprendido, que no supo, en todo caso, interpretar la complejidad final de un país como el nuestro. Esa complejidad que lo dejó solo.

Fernando fue un grande como senador. Como jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Y fue un buen presidente, pese a que algunos se empeñaron en que no fuera nada. En que terminara como terminó: víctima de una encerrona política cuyas consecuencias se pagan todavía hoy en Argentina.

A Fernando De la Rúa lo coartaron, lo ridiculizaron, y pese a ello, pese a todo lo que le hicieron, jamás perdió el señorío, su don de gente. De patriota, de demócrata.
Yo lo vengo diciendo y reconociendo su tarea desde siempre; y cómo me dolió como a muchos el deterioro de su salud y de la indiferencia de otros tantos.

Pero ahora, en la hora de su muerte, me siento en la obligación moral no solo de expresar mis condolencias a su familia, a sus hijos y a su esposa, sino expresar -en mi carácter de editor del diario El Litoral, de un ex compañero de ruta en las épocas en que la política era más una contienda de adversarios y no de enemigos, para mi y mi propia familia; pero sobre todo como ciudadano-, mi más profundo reconocimiento a su lucha por el bienestar de los argentinos.

Como muchos, o como pocos, fui testigo de las dificultades que tuvo que atravesar. Sé de muchas intrigas, pero también de la entrega de este hombre.

De los sacrificios que hizo y de los que ofreció hacer para ver su obra, que no era más que una obra de decencia, de honestidad, obra sobre la cual pretendía levantar las ruinas de la Nación. No logró sus objetivos, eso todos lo sabemos, pero la tristeza mayor es que algunos, aún pudiendo continuar con su legado, dejaron que las cosas fluyeran y sus ideas murieran tapadas por el musgo del olvido.

Por eso estoy aquí reivindicándolo. No midiendo costos políticos, que me interesan poco ante la estatura de este amigo. Porque eso es lo que fue.

Fernando de la Rúa fue un amigo personal. Me distinguió con su amistad. Y los que me conocen y me tratan a diario saben que he tratado también a diario de reivindicar su figura, su hombría de bien y valor, de no cobijarse en los fueros para evadir responsabilidades, no de ahora, sino desde siempre.

Fernando fue de esos amigos que creen en uno quizás más de lo que uno es capaz de sostener con sus propias fuerzas. Y en memoria de esa confianza es que me expreso aquí, sin tapujos, tributándole mi gratitud y lealtad, más allá de los costos, de las críticas.
Sé cabalmente que Fernando decidió dejar todo e irse, antes que dejar que los más necesitados paguen la voracidad de los más poderosos. Pero no pudo. No le dejaron. Solo le dieron el helicóptero.

Pero el fracaso de su proyecto no puede esconder la precisión de su diagnóstico y la proyección de su política. Y en este punto no puedo más que coincidir con otro amigo, un ex ministro de Economía, que ayer escribió que “los acontecimientos políticos y económicos que se están viviendo al momento de su muerte ayudarán a valorar sus esfuerzos. Hoy, como a fines de 2001, existen fuertes intereses económicos y políticos que buscan provocar otra explosión como la de enero de 2002”.

Ojalá no suceda hoy lo que sí pasó ayer, aunque también hay que decir que el país no es el mismo, más allá de la similitud de los problemas. Tal vez allí, de nuevo, esté el sacrificio de Fernando.

Escribo estas líneas como amigo. Ya dije que Fernando me distinguió con su amistad personal y eso para un hombre como yo, más apegado a mi provincia que a las luces de Buenos Aires, no deja de ser un reconocimiento que honraré con todas mis fuerzas.

Este mismo escrito pretende ser, ante los escombros de las injusticias con que algunos intentarán enterrar a este ex presidente, un punto de partida para la reescritura de su hoja de vida personal.

Estoy seguro de que la Historia, calibrada por la equidistancia del tiempo y la mesura de las pasiones, le tiene reservado un lugar de reivindicación. Y allí estarán reflejados los problemas propios del gobierno, los propios personales, pero también los provocados por intereses muchas veces mezquinos, otras tantas inconfesables.

siempre en la historia de la América toda, que era también otra de sus preocupaciones.
Debería la historia calibrar la responsabilidad de Carlos “Chacho” Alvarez, el vicepresidente que con su renuncia precipitó las cosas. El vacío al que lo expusieron algunos dirigentes de su propio partido, la quita del apoyo parlamentario y, finalmente, la actitud activa y pasiva de la oposición de aquel entonces.

Fernando De la Rúa asumió sabiendo que su sillón se acomodaba sobre un polvorín. Calló y lo mismo aceptó. Hasta que explotó. Y como buen caballero, soportó en silencio el escarnio, el destrato, la indiferencia, esquirlas de lo peor de nuestra política.

Murió ayer Fernando De la Rúa. Murió ayer un presidente de la democracia, un patriota, un republicano, Un hombre honesto.
Que descanses en paz, querido amigo. Aquí empezaremos a escribir la historia que merece la estatura de tu nombre.




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