*Por Lourdes Polo Budzovsky - ESPECIAL 9° ANIVERSARIO DE ESCHACO
Viernes, 7 de enero de 2022
Latinoamérica: Entre el declive de las elites norteamericanas y el sueño chino
La gravedad de los retos políticos, económicos y, claramente los sociales post pandemia, que enfrenta el mundo es clave para comprender cuál es el rol que deberán tomar los países latinoamericanos frente a la política exterior de Biden, un Presidente que hoy se encuentra con un país fragmentado, y el resurgimiento de la República Popular de China.
Para ello, es propicio preguntarnos si existen solamente dos posibilidades: el advenimiento de un nuevo equilibrio entre Washington y Pekín, o el reemplazo de Estados Unidos por China en la cima de las potencias mundiales, y si los países de la región deberán optar por un multilateralismo que permita posicionarse frente a estas disputas.
Si bien Biden apuesta al multilateralismo para atender determinados temas como cambio climático, salud y otros, lo cierto es que seguirá reforzando el sentido nacionalista en lo económico. Cabe tener presente que su campaña electoral se basó en seguir “una política exterior para la clase media.”
Si bien algunos consideran que el tono y estilo de Biden y su equipo representan un giro notable frente al lema “Estados Unidos primero” de Trump , otros sostienen que el nuevo presidente intenta marcar el camino del mundo ya que, en palabras del mismo “ninguna otra nación tiene la capacidad de hacerlo” , insistiendo en promover el interés nacional y sus valores nacionales para una aplicación universal.
Un dato de color a tener siempre presente es que históricamente la diplomacia ha sido una principal herramienta de influencia que ha tenido Washington para los países del mundo. A ello se suma, que el nuevo Presidente cuenta con una vasta experiencia política de 47 años activos en la vida política de su país en una reconocida trayectoria en asuntos internacionales, desde una visión paternalista por la cual busca hoy poder restaurar la política exterior de su país, la que fue dañada por la gestión de su antecesor, y como buen paternalista, si Estados Unidos no logra restaurar y conducir el orden internacional, alguien más podría tomar su lugar y llevar al mundo al caos.
Como lo sostiene Olivier Zajec, sería inocente pensar que se trata de errores en el concepto de “orden internacional jerárquico” frente a un orden internacional que se reconfigura con la consolidación de los vínculos entre Asia y Europa central, y en particular las relaciones de China y Rusia. Coincido, que un orden internacional nunca es un bloque sino un entramado de varios niveles, basado en la polarización de las relaciones entre los Estados más potentes y las reacciones de los demás países en función de estos antagonismos, y en función a sus propios intereses y a su identidad . Y es allí, en consecuencia, donde debemos pensar el rol de las regiones como América Latina frente al nuevo orden internacional, es decir, cómo convergen los intereses de países regionales a fin de atenuar el impacto del enfrentamiento de las potencias y sostenerse equilibradamente.
Hoy lo que está en juego es quién escribe el nuevo orden y avanza hacia una institucionalidad globalista, frente a una crisis estructural del capitalismo, que se acentuó con la pandemia Covid-19, y una multipolaridad donde los polos emergentes desafían a los que históricamente fueron dominantes. Es aquí donde se evidencia que la primacía de Estados Unidos de América depende directamente de por cuánto tiempo y cuán efectivamente pueda mantener su preponderancia en determinadas regiones, como por ejemplo en el continente euro-asiático, donde la República Popular de China tiene como objetivo una economía estable, desarrollada, prospera, una sociedad civilizada y armoniosa y las ansias de convertirse en la superpotencia mundial.
Es en este escenario de los polos de poder emergentes, donde está China, que históricamente se caracterizó por sostener dinámicas de interacciones, positivas y negativas, vinculadas al mundo de lo político, el comercio y la cultura, lo que desencadenó latentes conflictos o vínculos de colaboración permanente con otros Estados aliados para asegurar las fronteras y garantizar la administración territorial, como lo hizo la Dinastía Han, que diseñó alianzas políticas y militares en Asia Central, o el Emperador Wú, quien afirmó la supremacía del Imperio Han y la consolidación del territorio chino desde una estrategia diplomática, construyendo alianzas y abriendo la Ruta de la Seda, instrumento que permitió conocer otros pueblos y costumbres, y el posterior rediseño de una política exterior transcontinental.
Es que si bien, la Ruta de la Seda nace como una ruta comercial entre China y Roma, fue mucho más que eso. Representó el intercambio de ideas y conocimientos a través del comercio, la diplomacia, las migraciones y de las largas peregrinaciones que intensificaron la integración de China al mundo. Fue lo que algunos llamaron “la fertilización de un espacio que prosperó en períodos de unificación imperial y religioso” .
Esto no fue desconocido por Xi Jinping, quien en el año 2013 anunció una Nueva Ruta de la Seda en la búsqueda de nuevos socios comerciales en Asia Central. El BRI (por sus siglas en inglés) promueve el desarrollo de infraestructuras, busca generar los vínculos con los países y empresas que tienen balanzas comerciales deficitarias. Todo ello, frente a las políticas neoliberales que desde los años 70 ponen en jaque la intervención estatal en la economía, propiciando la desregulación y liberalización de los mercados, y que dieron lugar a un fuerte proceso de reestructuración de la producción a nivel mundial dejando fuera a los más débiles.
Hoy podemos decir que muchos países se encuentran apelando a la política industrial nuevamente como una herramienta estratégica para dinamizar el crecimiento económico, acompañado por un cambio cualitativo en su contenido y fundado en la profunda reestructuración de la producción manufacturera, donde gran parte de los países periféricos comenzaron a romper con la forma de integración a partir de procesos de industrialización doméstica dado que les resultaba inaccesible los mercados internacionales mientras que el consumo interno debía ser abastecido. Cabe reconocer que solo un grupo de estos países pudieron salir de la periferia alcanzando, incluso, el estatus de central dentro de la jerarquía de riqueza mundial .
La República Popular de China se caracteriza por su progresiva apertura comercial y la planificación a largo plazo, siendo un esfuerzo nacional la reestructuración económica ; y en esta lógica China presenta a la Ruta de la Seda (o BRI) como un camino de cooperación que permite ganar-ganar ya que fomenta el desarrollo conjunto y permite materializar la prosperidad común .
Sin embargo, se ha señalado algunas consecuencias de las derivaciones del BRI en términos geopolíticos, como por ejemplo, el BRI convivirá con la Unión Económico Euroasiática - UEE – conformada por Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kirguistán y Kazajistán y que aportará herramientas claves para generar un mercado común y una moneda única, convirtiéndose en un proyecto unificado.
Una apreciación no menor, sostiene que el capitalismo solo puede escapar a sus propias contradicciones expandiéndose, en términos geográficos, pero esta expansión tampoco está libre de contradicciones, ya que las nuevas formas de capacidad productiva en nuevas regiones implica el desarrollo de nuevas economías regionales que tienden a generar su propia estructura y coherencia interna bajo controles políticos y económicos que condicionan el desarrollo de las nuevas regiones . En esta lógica, ¿podrá China con la nueva Ruta de la Seda consolidar la posición de Eurasia en los grandes temas de discusión internacional? Claramente se evidencia una consolidación de la República Popular de China, en una lógica que tiende a liderar globalmente, donde las relaciones comerciales y el financiamiento de infraestructura son la piedra angular para la nueva globalización g-g.
Xi Jinping, después de su recorrido por Sudamérica en 2016, fijó lineamientos estratégicos para sostener y consolidar los vínculos con Latinoamérica. Así, formuló un marco conceptual de cooperación y vinculación donde propone un programa bajo el nombre “Plan de cooperación China 2015-2019”, promovido desde el comercio, la inversión y la cooperación financiera con seis ejes claves para el desarrollo: nuevas infraestructuras e innovación en tecnologías, e políticas para la agricultura, buscando la interacción de las empresas, la sociedad y el gobierno bajo las leyes del mercado.
En la lógica de convertirse en un polo de poder frente al mundo en materia de política exterior, mira a nuestra región desde un amplio marco de cooperación, buscando puntos en común, desde la cooperación financiera y la inversión, intentando hacer sinergia para evitar la reprimerización de las economías de la región, siendo los corredores marítimos también la principal vía para llegar a Latinoamérica. Estos múltiples corredores tienen como objetivo recrear las antiguas rutas milenarias, revitalizar y conectar regiones del mundo que por sus propias naturalezas no están conectadas, potenciando así el desarrollo de las zonas más prosperas de China con las más postergadas en el mundo. Así lo sostuvo oportunamente Jin Liqun, actual presidente del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), al manifestar que “una mejor infraestructura en Asia permitirá que los productos de Sudamérica accedan a nuevos mercados, mientras que una mayor inversión en infraestructura sudamericana acercará naturalmente dos continentes distantes”.
Las rutas bioceánicas son el gran impulso del BRI para América Latina, lo que permitirá el traslado de mercaderías a menor costo en un menor tiempo. Un claro ejemplo, es el interés por la Hidrovía Paraná-Paraguay que unirá el comercio entre Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Argentina, siendo el principal canal de comunicación en toda la región. Así también lo es el corredor bioceánico que posibilita que Chile y Argentina se conecten con el Pacífico y el Atlántico, acortando los tiempos de comercialización, pero para que todo ello impulse y acreciente la economía de países como el nuestro, es necesario redefinir la estructura económica y matriz productiva a fin de insertarse en las nuevas cadenas globales de valor.
Para nuestro país, será la gran oportunidad en materia de infraestructuras y conectividad no solo para consolidar las relaciones con China, sino también para lograr un mejor posicionamiento en Eurasia, promoviendo y desarrollando oportunidades para el sector productivo. Párrafo aparte, pero no menos importante: es necesario repensar la redefinición de una estructura económica y la matriz productiva que nos permita insertarnos en las nuevas cadenas de valor principalmente respecto a cuál es el escenario regional viable.
Cabe tener presente que las primeras décadas del siglo XXI vivimos la “marea rosa”, con un fuerte impacto en la reconfiguración de la agenda de política exterior de nuestro país como también unificó la idea de construir una “identidad latinoamericana” frente al mundo. Esto permitió a los países del cono sur abordar las consecuencias del neoliberalismo de los años 90 y buscar incansablemente posicionarse frente al mundo cuyo eje central surgían del Consenso de Washigton, cuestionando la consolidación del capitalismo financiero sobre el productivo como principal articulador de la globalización, lo que dejaba históricamente a Latinoamérica fuera de toda ganancia.
Frente a este panorama, existieron dos alternativas de vinculación con la región y el globo: un modelo de inserción internacional dinámico y un modelo concéntrico .
El primero se funda en una estrategia de transversalidad que prioriza el mercado internacional y negociaciones simultáneas con actores globales y regionales, sin descartar la posibilidad de embarcarse en un proceso de integración con otros países siempre y cuando, a consecuencia, no se vean imposibilitados a organizar acuerdos con terceros. El segundo, se sustenta en un esquema Estado-céntrico, priorizando los mercados regionales bajo la premisa de que ellos, por sí solos, cuentan con márgenes reducidos de negociación con actores extra-regionales y con menores alternativas para imponer sus intereses, frente a la necesidad de definir espacios de consensos con países vecinos para negociar conjuntamente acuerdos de integración con terceros.
Como lo afirma Anabella Busso, Latinoamérica avanzó hacia una orientación que permitió la prevalencia transitoria del modelo concéntrico de integración, donde los cambios internacionales reorientaron el proceso, reivindicándose el regionalismo abierto y la integración en base al libre comercio, fracturando el Mercosur como la Unasur y homogeneizándose bajo la Alianza del Pacífico, con fuertes efectos en lo doméstico: desaceleración del crecimiento económico, debilitamiento institucional, crisis social.
Frente al deterioro del polo de poder de Estados Unidos que vira gradualmente hacia China, ¿cuál es el rol que podrá optar nuestra región?. Claramente es una pregunta que nos llevará a repensar una estrategia clave para nuestra inserción internacional, pero ciertamente no debemos olvidar que en los tiempos de la marea rosa, los gobiernos del giro a la izquierda optaron por construir una agenda no solo política sino también económica con la República Popular de China a fin de diversificar las relaciones internacionales fomentando así los vínculos con los poderes emergentes.
Es el multilateralismo, quizás, una respuesta que nos permitirá reconstruirnos tras la oleada del neoliberalismo y sus efectos en la política doméstica, fortaleciendo los organismos de integración regional como una herramienta para propiciar los consensos y articular posiciones comunes frente al mundo. Consecuentemente, esto permitirá sortear una agenda internacional que se verá cada vez más condicionada por la “bipolaridad emergente” producto de las tensiones entre Estados Unidos y China, para lograr más las oportunidades a menos costos.
Cabe recordar que en el marco del Foro China-CELAC, los representantes chinos expresaron que Latinoamérica es parte de una extensión natural de la Ruta de la Seda y por lo tanto indispensables de la iniciativa, lo que permitirá ampliar las posibilidades de financiamiento e inversión en vectores importantes para el desarrollo regional. Sabino Vaca Narvaja, embajador argentino en China, insiste en que el BRI ha sido pensado también con el propósito de resolver las crecientes desigualdades internas derivadas del proceso de transformación económica: China busca acoplar las regiones del Centro y el Oeste menos aventajadas al desarrollo del litoral costero próspero.
Sostengo que el desafío latinoamericano frente a ello podrá ser encarado desde una acción coordinada para lo que se requieren políticas adecuadas y coordinadas y una visión estratégica sólida que permitan superar el actual estado de fragmentación que vivimos como consecuencia del avances del neoliberalismo en los últimos años.
Es necesario revitalizar la integración regional para posicionarnos como unidad continental frente al declive de las elites de Estados Unidos y el sueño chino que comenzó a hacerse realidad. Además de ello, es necesario que los Estados que conforman América Latina puedan desarrollar la capacidad de intervenir centralizada y estratégicamente en su economía, determinando condiciones, estableciendo estímulos, y fijando las pautas que permitan re-direccionar el desarrollo de una lógica productiva que permita la inserción global de los países que hoy conforman la periferia. Es quizás el multilateralismo flexible y políticas domésticas que propicien la industrialización integrada, la que permitirá compartir un sentido común de la región para insertarse en el mundo.