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Domingo, 6 de noviembre de 2022
Verdad y libertad
Winston Smith, el funcionario gris que trabajaba en el Ministerio de la Verdad reescribiendo artículos para que la historia no colisione con el presente, y Guy Montag, el bombero de Farenheit 451 cuyo oficio era quemar libros, dos personas con una relación muy particular con la verdad, vivían oprimidos por una “soledad concurrida” hasta que un buen día la misma verdad que ellos fraguaban y convertían en cenizas les explotó en la cara. Y con la verdad llegó la esperanza, y también la desesperación, el peligro de muerte y una nueva clase de soledad.

No hay forma de transar con la verdad (mucha gente prefiere permanecer en la caverna). Nos encanta la verdad hasta que nos desbarata, pero es nuestra obligación moral hacerle frente. Por eso fue oportuno que este jueves el expresidente ecuatoriano Rafael Correa citara en la Casa de las Culturas a Juan 8:31: “La verdad os hará libres”.

Uso los ejemplos de Smith y Montag porque, actualizándolos, es como si hablara de periodistas o editores. Actores de reparto en una obra que empodera a los poderosos mientras el público se caga de hambre. Panem et circenses, que es lo que desde Juvenal se le atribuye a los políticos, pero pergeñado por empresarios que ponen a los políticos de rodillas. Por supuesto no todos los periodistas integran esa tropa venal, esa élite, pero no conozco a uno solo que habiendo llegado a degustar las mieles del poder –o lo que sea que les permitan lamer– quiera volver al llano.

Pero vamos al lío. En una hora y media Rafael Correa esparció su poderosa historia y aparecieron allí las vidas en espejo de Julian Assange y del propio Correa, pero también de Dilma, de Lula, de Evo y de Cristina; apareció la verdad sobre un plan sistemático, imperialista, colonial, de persecución mediático-político-judicial para consolidar un proyecto económico de sometimiento, para que millones de personas y no sólo los políticos se arrodillen; un plan que cuando uno lo pone en esos términos se encuentra prácticamente con la Carta de Rodolfo Walsh a la Junta. Y apareció la esperanza: resistir sin perder la decencia, porque estamos todos y todas en el mismo barco.

Atilio Borón y el exfiscal general Galo Chiriboga Zambrano fueron parte del coloquio junto a Correa, pero entendieron que lo de coloquio era una exageración y guardaron todo el silencio que pudieron.

Si las trayectorias políticas de Correa y Dilma y Lula y Evo y Cristina se pueden leer en espejo, también el grotesco es especular: cuadernos escritos en tiempo récord en una punta y la otra del continente, desaparecidos y reaparecidos en chimeneas y parrillas; causas de sobornos y rutas dinerarias, testigos falsos y peritos y fiscales y jueces cooptados, y una prensa execrable. Lo mismo en Ecuador que en Argentina. Una narrativa soez, de guionista del Pentágono que provoca una risa de espanto. Porque la verdad nos hace libres pero la libertad aterra.

Otra revelación en espejo es la mirada común de los líderes progresistas frente a estos “nuevos poderes”.

Decía Cristina Fernández en abril en el CCK: “Tengamos en cuenta que cuando se adoptó esta forma institucional de gobernar no existía la luz eléctrica. No existía el auto ni los celulares ni nada de eso. Miren como avanzó el mundo, la tecnología, cómo se fue creando y generando poder por afuera de las instituciones. Hoy nuestras Constituciones son un reglamento de cómo tiene que funcionar el Ejecutivo, cómo tiene que funcionar el Legislativo y eventualmente el Judicial. Sobre todo el otro poder que está afuera: mercados, monopolios, oligopolios, poder financiero internacional, nada de eso figura en nuestras Constituciones. Y lo peor de todo es que cuando las sociedades cada cuatro años o cada dos años eligen a sus representantes, no juzgan a ninguno de esos poderes”.

Dijo Rafael Correa este jueves: “Una cosa que siempre me ha extrañado es que el modelo de Montesquieu casi no ha cambiado en más de dos siglos, y han cambiado muchas cosas. Cuando Montesquieu vivía, en contextos muy especiales tratando de oponerse a las monarquías absolutistas, para ir de París a Londres demoraba dos meses; ahora demora dos horas, y sigue básicamente el mismo modelo. Pero probablemente si la prensa hubiera tenido el poder que tiene ahora, Montesquieu hubiera tomado en cuenta ese ‘Cuarto Poder’, como ellos mismos se llaman, y su modelo de distribuir el poder le hubiera puesto un contrapoder a ese poder, que actualmente no tiene. Cosas que tenemos que hablar, porque está destrozando no sólo vidas, personas: está destrozando nuestra democracia, y nuestra posibilidad de desarrollo”.

Al final Correa volvió a la cuestión que desveló a la metafísica y a la ética y a la teología durante siglos: “La verdad es un derecho humano”, sostuvo. “No me puede nadie robar la verdad; lo que yo pienso de otra persona depende de lo que me informen. Yo puedo odiar a alguien sin conocerlo. Pero es más grave cuando el que te roba la verdad es llamado a defender la verdad. En primer lugar los periodistas, pero no sólo los periodistas: los políticos, los maestros, los que tienen influencia sobre los demás. Esto es algo concreto: la verdad como derecho humano, o al menos incluida en nuestra Constitución (…) el derecho de todo ciudadano de recibir la verdad, y que pueda denunciar a cualquier medio de comunicación o a cualquier político o a cualquier maestro que esté robando la verdad”.


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