Cuando empecé a incursionar en la actividad periodística un importante referente de la prensa local me dijo: “La política es la columna vertebral de un diario”. Un diario sin política, para él, era un magazine de la mañana.
Esto no significaba que no hubiera lugar para el deporte, la ciencia y la cultura, pero era a través de la política, desde Mariano Moreno hasta Jacobo Timerman, Lanata o Fontevecchia, que un diario contribuía, aún en la disidencia, a la grandeza de la patria.
Por supuesto Fontevecchia, Clarín y La Nación también demuestran que un diario o una revista o un editorial pueden ser instrumentos de propaganda de los regímenes más oscuros. Cualquier idealización peca de injusta.
Por otra parte, un diario sin política es casi imposible de financiar.
Obviamente que hablar de diarios hoy es un anacronismo. Hasta los portales de noticias, que hace poco más de una década eran el último clavo en el ataúd de la prensa escrita, están en franca decadencia y en muchos casos sólo se sostienen gracias a la publicidad oficial.
Aún así los diarios y portales conservan una prerrogativa, la última conquista de un género en extinción: incluso aquellos que supeditan su línea editorial a las exigencias de la pauta oficial hacen o intentan hacer periodismo con protocolos que no por despreciados son menos importantes: investigan, chequean la veracidad de los datos y -algunos- le cuentan las costillas al poder.
Para unos y otros las redes sociales son la verdadera espada de Damocles. Cuando una fake news es adoptada por mayorías líquidas modeladas por algoritmos es casi imposible revertir ese bulo con una noticia veraz. La pelea es contra la posverdad, hija de un diablo que mea en todas partes y en ningún lado hace espuma.
Entonces, ¿de qué sirve la verdad si para crear corrientes de opinión alcanza con los efectos incontrolables de los algoritmos de Meta y X? ¿De qué sirve redactar una noticia si ChatGPT puede hacer ese trabajo en pocos segundos? ¿De qué sirve investigar si un gobierno puede poner de rodillas a los medios para gritar más fuerte?
La batalla que libra el periodismo es contra la mentira, contra la manipulación, contra -parece una obviedad- la desinformación. Detrás del periodismo no sólo hay una deontología; también hay una ética que guía, más que las prácticas siempre cambiantes, la búsqueda de la verdad.
Para quien esto escribe, celebrar los doce años de EsChaco es celebrar la obsesión por la verdad aunque sea un mal negocio. Celebrar la creatividad de su editor Jorge Tello, cuyos documentos fotoperiodísticos fueron insumo de decenas de medios de prensa del Chaco y el país durante más de una década; el esfuerzo de su editora Alejandra Saucedo para que la línea editorial del medio no cayese en la trampa impuesta por el gobierno de turno para condicionar a la prensa. Celebrar el presente y el camino recorrido.
A ojos vista, en 2024 EsChaco concretó un salto de calidad notable en sus contenidos, al punto que son citados por la prensa de todo el país para hablar de la provincia. Esos privilegios se ganan con coherencia y seriedad. Y ahí están, doce años después, haciendo periodismo a pesar de los algoritmos, la I.A. y la mordaza económica del poder. Por eso insisto: hay mucho para celebrar.