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Por: Alberto Medina Méndez
Domingo, 22 de septiembre de 2013
Una discusión extemporánea
El debate sobre la despenalización de las drogas sigue teniendo plena vigencia, pero la controversia en el tiempo viene quedando fuera de sintonía. Indudablemente se trata de un asunto complejo, con múltiples facetas. Es fácil caer en lugares comunes, el intercambio de débiles argumentos y el infaltable fatalismo al que la sensibilidad del tema convoca.






Es innegable que la cuestión tiene gradaciones y que el término “drogas” podría incluir a todas, muchas o pocas. Además, la legalización puede involucrar distintas etapas tales como el consumo, suministro y producción.

Los debates sobre el tema, que son encarados desde lo político, científico y moral, siempre son parciales y muchas veces caen en la trampa de asumir una linealidad que no se condice con la diversidad que la realidad propone.

Tal vez sea algo audaz afirmar que el presente dice que se alterna con lo peor de ambas situaciones. Hoy se sufren todas las desventajas de la despenalización y ninguno de sus posibles beneficios. Al mismo tiempo se visualizan con claridad todos los inconvenientes que se derivan las prohibiciones legales y ninguna de sus probables ventajas.

La inacción y la reacción tardía, han generado una inexorable elección social. Es que cuando no se toman decisiones, también se resuelve. La omisión implica siempre una postura que tiene irremediables consecuencias y no, como suponen algunos, que la espera puede resultar gratuita.

Los críticos de la despenalización dicen que su implementación aumentará el consumo y aseveran que esto será más contundente en los más jóvenes. No parece razonable creer que la mera legalización creará nuevos adictos, ni hará que los actuales aumenten sus dosis. Los mercados ilegales son muy eficientes en la distribución y suponer que la norma les pone límites es no entender al mercado. Por otra parte, no existen personas decididas a usar drogas que ya no lo hayan hecho, solo por la amenaza legal. Hoy quien quiere consumir lo hace, incluidos los adolescentes. La barrera de acceso no es la ley que lo prohíbe. Malas noticias para quienes defienden esta postura. Hoy el consumo goza de una virtual despenalización.

La contracara de este fenómeno, es que las legislaciones que criminalizan al consumo, arrojan a los individuos adictos a una estigmatización social y al mismo tiempo, les impiden la posibilidad de ser contenidos dentro del sistema de salud para su imprescindible y deseable recuperación.

Un adicto es, bajo las reglas actuales, un criminal y por lo tanto no puede ser asistido ni ayudado por el sistema, siendo literalmente empujado al abismo e invitado a circular por los márgenes de la sociedad en cuanto proceso de clandestinidad exista, junto a las mafias, el crimen organizado, la prostitución y el juego ilegal. No parece ser lo que la sociedad, en su habitual hipocresía, declama cuando dice preocuparse por este flagelo.

Si se quiere reducir el consumo indebido de drogas no se debe combatir la oferta sino desalentar la demanda, y esto parece difícil de refutar frente a la abultada evidencia al respecto. Mientras existan interesados en consumirlas no habrá política que pueda impedir a la oferta cumplir la parte que le toca.

No menos importante es dar el debate moral sobre la libertad de cada individuo para elegir su destino, lo que incluye la posibilidad de hacer algo inconveniente para sí mismo. De eso se trata, de la libertad como valor fundamental y el derecho a la vida como eje central.

Se podrán elegir políticas graduales o más duras, de mayor o menor intervención, pero no se evitará que la humanidad coexista con sus adicciones. A lo sumo irá mutando de unas a otras. Creer en algo diferente es desconocer la esencia del individuo y sus eternas debilidades.

No se dice nada nuevo si se afirma que el tema es realmente difícil y que mucho de lo expresado puede ser exagerado, demasiado absoluto o hasta falaz, pero es bueno saber que el debate seguirá abierto y que abordarlo desde una óptica engañosa poco ayuda a resolver la cuestión de fondo.

Abundan argumentos desde muchas aristas para avanzar en el intercambio de ideas, pero si no se comprende que el presente muestra que se convive ya con las peores consecuencias de la despenalización y con los más repudiables defectos de la criminalización, seguirá siendo esta una discusión extemporánea.


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