Cristina Fernández ha designado por fin a un Jefe de Gabinete que hace honor al título del cargo. El superministro Jorge Milton Capitanich ha conseguido disimular en una semana y media el hueco de una presidenta que, aunque sigue firme al mando de la nave, redujo de forma drástica la presencia pública a causa de su salud. Desde que se recuperó de su convalecencia el lunes 18 de noviembre, Fernández solo acudió una vez a la Casa Rosada y solo en esa ocasión habló en directo ante las cámaras. A cambio, Capitanich (pronúnciese con acento en la última sílaba) aparece por todas partes y a todas horas.
Fernández dejó marcharse al que era el hombre fuerte en la sombra de su Gobierno, el secretario de Estado de Comercio, Guillermo Moreno -el que ejecutó las políticas de manipulación de las cifras de inflación y restricción de importaciones- y recibió con todos los honores de sus cargos el nuevo ministro de Economía, Axel Kicillof y al nuevo Jefe de Gabinete. Ambos se conocen desde la década de los noventa, cuando Kicillof trabajaba para una consultora de Capitanich. Incluso escribieron un libro de forma conjunta en 1999 sobre federalismo fiscal en el que abogaban por una mayor descentralización en la recaudación de impuestos. Kicillof tiene 42 años y Capitanich cumplió el jueves 49. El primero se considera de izquierdas mientras Capitanich conserva su fama de pragmático. A Kicillof lo apoya La Cámpora –léase Máximo Kirchner, hijo de la presidenta- y a Capitanich el peronismo de toda la vida. De momento, los viejos conocidos transmiten una imagen de unión.
Capitanich o Coqui, que es como se les llama en Argentina a muchos Jorge y como se le conoce en el mundo de la política, es católico y devoto del papa Francisco. Pero ha conseguido que su catolicismo no le reste votos ni por la izquierda ni por la derecha. Como gobernador de la provincia norteña del Chaco, donde ha gobernado desde 2007, siempre evitó afrontar los temas como el aborto o el divorcio exprés.
Después de los votos que le ha restado la oposición al Gobierno reclamando más diálogo y menos soberbia, Capitanich viene dispuesto a cultivar su fama de hombre de consenso. El pasado martes aceptó recibir en la Casa Rosada al alcalde opositor de Buenos Aires, Mauricio Macri, y al gobernador opositor de la provincia de Santa Fe, el socialista Antonio Bonfatti, un gesto de mano tendida impropio de este Gobierno. Además, anunció que irá al Senado para ofrecer su informe mensual de gestión ante todos los grupos, algo que casi nunca cumplieron sus antecesores.
Prometió que iba a dar una conferencia de prensa cada mañana. Y cada mañana a las ocho se planta de pie en un pasillo de la Casa Rosada rodeado de micrófonos y grabadoras. En 12 días en el cargo ha contestado a más preguntas de periodistas que la presidenta en seis años. Es cierto que lo hace con la habilidad suficiente para no decir nunca nada relevante. Pero consigue llevarse la foto y los titulares de la mañana.
Capitanich es el primero en llegar a la Casa Rosada –a las siete de la mañana- y el último en irse –a menudo, a las once de la noche-. Trabajó el sábado, el domingo y el lunes pasado, que era festivo en Argentina. Y en medio del puente, el sábado citó en la Casa Rosada al ministro de Economía, a la de Industria y al de Planificación. El domingo convocó al ministro de Educación. No había ninguna reforma educativa de imperiosa urgencia. Pero lo citó el domingo y difundió la foto correspondiente de ambos en el despacho.
Al día siguiente, cuando el ministro de Industria español, José Manuel Soria, y varios representantes de Repsol, se reunieron en la sede de YPF con Kicillof, Capitanich no desaprovechó la oportunidad de acudir a YPF para saludar en la hora del almuerzo a los españoles. Este sábado disparó su primer tuit del día a las 8:45. Una hora después ya recorría los Museos Nacionales de Buenos Aires junto al Secretario de Cultura.
Como buen peronista supo ser menemista con Carlos Menem (1989-1999), duhaldista con Eduardo Duhalde (2002-2003), con el que ya fue Jefe de Gabinete cuatro meses, senador y amigo de la senadora Cristina Fernández con Néstor Kirchner (2003-2007). Algunas de las personas que lo conocen aseguran que no es cínico, que siempre creyó en lo que hacía, ya fuera el liberalismo de Menem o el kirchnerismo de Fernández.
Estudió contabilidad y se graduó en varios cursos económicos de posgrado. Le apasiona el fútbol y las matemáticas. Y hasta ideó varias fórmulas para mejorar el rendimiento de los jugadores de la selección argentina. Ascendiente de inmigrantes montenegrinos, se casó con Sandra Mendoza, la hija de un dirigente peronista chaqueño con la que tuvo dos hijas y a la que nombró ministra de Sanidad en el Chaco. Hace cuatro años se divorció de ella y la echó del Gobierno.
Coqui llega a la Casa Rosada con la medalla de haber ganado el pasado 27 de octubre la gobernación de la provincia del Chaco con casi el 60% de los votos, mientras sus compañeros de partido perdían en los cinco principales núcleos electorales del país. Llega también con la vista puesta en las presidenciales de 2015. Si consiguiera –que es mucho conseguir- enderezar el rumbo de la economía sería un gran aspirante a suceder a Fernández. No lo tiene fácil en un Gobierno acuciado por la inseguridad, una inflación en torno al 25% y una caída en las reservas de dólares de su Banco Central del 28% respecto al año pasado. A su favor tiene la imagen de hombre solvente dentro del peronismo. En su contra, el hecho de que cuando sale de la pequeña provincia del Chaco, su cara no es conocida en el resto del país. En Twitter tiene 59.000 seguidores, cifra pírrica si se compara con los 268.000 del opositor Sergio Massa, los 346.000 del también gobernador peronista y aspirante a presidente Daniel Scioli o con los 2.480.000 de Cristina Fernández. Pero Capitanich tiene dos años por delante, muchas mañanas para seguir ofreciendo conferencia de prensa y muchos domingos para seguir convocando ministros en la Casa Rosada. Le han dado el brazalete de capitán y no para de pedir balones.