Un político siempre debe ser motivador, generador de expectativas favorables. Ello no impide el ser realista porque es un inexcusable punto de partida, tanto para un correcto diagnóstico como para delinear las proposiciones. En ese contexto es que quiero hablar hoy de nuestro cansancio y desilusión.
Pertenecemos a un país que reconoce públicamente que el narcocomercio configura un grave peligro, desde la salud de nuestra gente hasta el plano institucional que puede ser perforado por la trama corrupta de ese tráfico. En este marco, ha quedado patentizado que hay unas dos mil pistas no autorizadas o cuya licencia ha sido cancelada. Todo haría presumir que detectados los problemas y la ilegalidad se procedería a destruir esas pistas. Pero no. Se discute si se necesita orden judicial y para colmo si ésta debe provenir de la justicia provincial o federal. Nos embarga la sensación de impotencia frente al delito. El crimen no vacila. Avanza. La ley, en contraste, es balbuceante, titubeante, indecisa.
El libre tránsito tiene rango constitucional desde 1853. No obstante, no hemos logrado que se respete. A pesar de un costosísimo aparato burocrático del Ministerio de Trabajo – que ejerce la policía laboral – y del fuero judicial específico, los conflictos se multiplican – aun en épocas de bonanza – y su estallido desmadra los resortes institucionales, saliendo a las calles, avenidas y hasta rutas troncales, esas arterias vitales para la sociedad, como la Panamericana. Ante esta flagrancia, la reacción es proponer nuevas normas, omitiéndose que las de jerarquía constitucional son operativas y deben aplicarse. Esto nos traba anímicamente, suscitándonos la idea de anomia.
Tenemos un gasto público que ha acrecido inenarrablemente en la última década junto con la plantilla estatal. Se sabe que sólo en los últimos cinco años se crearon 400 mil puestos ‘laborales’ en el Estado, un 30% de ellos con sueldos superiores a los $22 mil mensuales. El despilfarro es la nota común para ese gasto. Los cohechos son el otro denominador compartido. Empero, si hablamos de reducir el gasto ipso facto surgen las voces que rechazan la propuesta, sea porque es contraindicado en tiempos recesivos – ¿pero por qué lo aumentaron en lapsos de crecimiento…?- o porque afectaría a los programas de ayuda social ¡Nada que ver! Hay que acotar el gasto dispendioso, la burocracia enfermante, el clientelismo, la corrupción. El otro gasto, incluyendo planes de fomento de pymes, no debe ser alterado. El mejor estímulo para la economía no es gastar a troche y moche, a lo loco, sino hacerlo con racionalidad. Eso despierta confianza y ésta es el ama y señora de la economía sana, esa que convoca a las inversiones expansivas de la actividad.
La Constitución también jerarquiza el libre comercio. Tenemos un millón de toneladas de trigo que esperan la autorización para ser exportado ¡Inconcebible! Para ejercer un derecho fundamental se necesita anuencia de un burócrata. Así no hay país que pueda tener ilusiones.
Todo el mundo en la Argentina sabe que la mayoría de los planes sociales son un incentivo al no trabajo, para decirlo con la prudencia del político. De lo contrario tendríamos que aludir a ‘planes vagar’, pero no lo haremos… Ahora bien, ¿es tan complejo organizar una estrategia de preparación para el trabajo, conectarlos con las pymes actuales o a crearse, transferir a los salarios las ayudas actuales y así transformar amparados en trabajadores? Ni intentarlo apareja cansancio moral y vasta desesperanza porque todos somos conscientes de la jerarquía social del trabajo como ordenador y como disparador de dignidad.
Tenemos crisis energética por motivos imperdonables especialmente al desmanejo del descontrol de Repsol cuando administró YPF ¡Sí, descontrol y desmanejo! Pregunto, ¿es tan difícil aprovechar los vientos desde Necochea hacia el sur? ¿Es algo titánico e inalcanzable erigir 20 parques eólicos hasta Patagones? ¿Qué pasa? ¿Somos ineptos? Pagamos 2 mil millones de dólares por el cupón atado al crecimiento del PBI, pero habíamos mentido y ese incremento no se había producido. Todavía esperamos al fiscal que denuncie esta gravísima ilicitud. Con ese dinero hoy podríamos estar levantando los molinos para generar energía con el viento.
No se construyen canales de irrigación y mucho menos de navegación como la postergada obra del Bermejo. Podríamos duplicar la producción granaría si lleváramos agua a la aridez ¿Qué falta para impulsar esta transformación? La dejadez nos llena de apatía. Ya no es que la tierra siga yerma. Es nuestra alma la que se desertifica.
La Argentina moderna y digna – si lo es sería justa – requiere crear en el próximo decenio no menos de 7 millones de puestos nuevos de trabajo. Todos en la esfera privada. Ni uno solo en el área parasitaria del Estado ¿Cómo los vamos a crear sin activar las corrientes de inversión? En un clima de rechazo a la iniciativa emprendedora privada, ¿será posible atraer a capitales propios y foráneos? ¿Valoramos esa gran idea de una Argentina de miles y miles de negocios y de ni un solo negociado?
Nuestro país necesita confiar. Este factor confianza es superior a la magia. Invisible, intangible, es todopoderoso, máxime en nuestra tierra tan ampliamente dotada desde todo punto de mira. Esa confianza no se decreta. Se despierta con el ejemplo y sobre todo con la empatía del pueblo con dirigentes en quienes intuye que anida la decisión de cambio y de modernización.
No será tarea sencilla. Hay que producir grandes y raigales reformas. Algo parecido a lo que pasa en Italia, cuyo flamante premier Matteo Renzi dijo que su país padecía de ideas “oxidadas”.
Lo primero son ideas frescas y pensadas a mediano y largo plazo. Evitar como al diablo el anclaje en lugares comunes o miradas retrospectivas paralizantes. Al futuro, antes que nada, hay que quererlo, buscarlo, conseguirlo. Ponerlo en escena. Saborearlo, protagonizarlo.