A tus hijos llamaste, nombrando a Bernardita,
tu criatura entre humildes, a la hora del milagro,
un signo para el mundo y una divina cita
con la Madre del Padre y del género humano.
Clamantes en la gruta del agua sanadora, las criaturas heridas oran por su dolencia, la Siloé de Lourdes, tu fontana Señora, figura del Bautismo, agua en gracia de ciencia.
Hacia el santuario vamos, pobres cuerpos de pobres, enfermos de nosotros, más que de enfermedades, roto barro llagado, la vida en viejos odres, la entraña de los años y el hoy de las edades.
Confiados a tu Nombre, y al sonido sagrado que se torna música de plegaria mariana, un himno entre los labios sube al Rosario amado hacia el orbe celeste de ángelus y campana.
Cruzan los peregrinos, ante tu altar de piedra, con sus manos creyentes dejan huellas del alma, ascienden sus pedidos por la silvestre hiedra y el reflejo sereno de la corriente calma.
Toda piedad, converge en el cenit de Lourdes, un sitio de otro centro en un mapa inefable, arquetipo terreno de aquella Divina Urbe, signo de Nueva Alianza y misterio venerable.
Eres la misma Miryam, doncella nazarena, la hija de Ana y Joaquín, vientre del Santo Infante, que vuelve en cuerpo vivo y con presencia plena, la apóstol del Ascenso, ahora eterna y triunfante.