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Domingo, 24 de marzo de 2013
La pobreza no cede en América Latina
A pesar del crecimiento económico, en Latinoamérica hay 187 millones de pobres y 66 de indigentes. El 11% de los latinoamericanos pasa hambre. Magro resultado para gobiernos que dicen haber distribuido la riqueza
Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), muestra que actualmente el 11,4 por ciento de los latinoamericanos pasa hambre.



Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 29 por ciento es pobre. Sean indigentes o no, sus ingresos no alcanzan para cubrir el acceso a bienes y servicios básicos.




Fuente: CEPAL (Ante la falta de confiabilidad de las estadísticas del Indec, los datos de Argentina corresponden al Observatorio de la Deuda Social de la UCA)



¿Cómo es esto posible después de la década más próspera para casi toda la región? ¿Cuál es la explicación, siendo que estos años coincidieron con gobiernos que pusieron al combate de la pobreza en el centro de su política discursiva?



En primer lugar hay que tener en cuenta que, como lo muestran los cuadros, entre 2002 y 2011 (último año del que presenta información completa la Cepal) descendió el número de pobres e indigentes.



Así, por ejemplo, Argentina disminuyó la pobreza en un 59,4 por ciento. Pero aún mantiene al 22 por ciento de su población bajo la línea de la pobreza.



El Gobierno y sus seguidores sostienen que eso forma parte de lo que todavía falta por hacer. Pero al notar que en los últimos cinco años, entre 2007 y 2012, la pobreza apenas descendió un 6,4 por ciento, se ve que la mejora en las condiciones de vida quedó estancada.





Entre los cinco países que más redujeron la pobreza están, además de Argentina, Uruguay con un 56,5 por ciento, Perú con un 49, Chile con un 45,5 y Brasil con un 44,3. Lo curioso es que ni Perú ni Chile tuvieron gobiernos asociados a la defensa de los pobres y de las clases populares.



Es más, ambos estados suelen ser criticados por sus políticas neoliberales. Sin embargo, están entre los cuatro que más redujeron la pobreza. Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, gobernados por proyectos políticos autodenominados socialistas, están ausentes del podio.



Esto muestra que todos los países mejoraron sus indicadores sociales, sin importar su signo político. Lo que hace suponer que la disminución no se debió tanto a políticas públicas concretas como al crecimiento generalizado de la economía en la región.



Así también se explican los grandes límites que tuvo el mejoramiento en la calidad de vida de las sociedades latinoamericanas.







El impacto del aumento del PBI sobre la pobreza



“El crecimiento económico de los países beneficia a la población a través de la creación de empleos y del aumento de los ingresos asociados a éstos. Pero no toda la población accede al mercado de trabajo. En la región persiste una gran proporción de ocupaciones informales y de baja productividad, cuya evolución está bastante menos ligada al funcionamiento agregado de la economía. Entre los ocupados pobres predominan fuertemente este tipo de ocupaciones precarias”, explica Ernesto Espíndola, experto de la División de Desarrollo Social de la Cepal, en diálogo con Infobae América.



“Por otro lado, la región exhibe una alta concentración del ingreso y de la riqueza. Esto implica que una buena parte del crecimiento económico es apropiado por un porcentaje de población muy pequeño, que si bien puede destinar dichos recursos a inversión o a consumo interno (que generaría más empleos y alzas en los ingresos/salarios), también los suele destinar a inversión y consumo fuera del país, lo que no tiene mayores efectos en el resto de la población”, agrega.



El problema no es sólo que todavía quede una inmensa cantidad de pobres, sino que es necesario preguntar hasta qué punto quienes salieron de la pobreza lo hicieron de forma definitiva, o sólo circunstancialmente.



“Si bien ha habido en la última década y media un engrosamiento de la clase media asociado a la reducción de la pobreza -dice Espíndola-, una parte significativa del mismo podría calificarse de clase media-baja, altamente vulnerable al ciclo económico, o bien con empleos de baja calidad que los sitúan apenas por sobre las líneas de pobreza”



“En un contexto de crecimiento sostenido salen y se mantienen fuera de la pobreza, incluso aumentando progresivamente su bienestar. Pero al aumentar la inestabilidad económica, o surgir alguna crisis que afecte a la economía real, son precisamente los empleos de peor calidad los que con mayor frecuencia se destruyen o deterioran. Los momentos más negativos del ciclo económico pueden devolver a estos sectores fácilmente a la pobreza”, concluye Espíndola.





La pobreza no es sólo la falta de ingresos



Otro tema es la fidelidad de las estadísticas. Dejando de lado las intervenciones que deliberadamente buscan difundir datos falsos, como las que se denuncian en Argentina, un gran problema es qué se entiende por pobreza.



“Debe ser revisado cómo se mide. Habría que implementar mediciones más robustas, porque se siguen usando umbrales muy bajos. Dado el nivel de ingreso per cápita que tenemos, la línea de pobreza debería subirse. Hay que usar mediciones que den cuenta no sólo del ingreso, sino del acceso a los bienes y a los servicios públicos”, explica a Infobae América Jorge Arzate, especialista en políticas sociales e investigación comparada de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).



“Detrás de la pobreza hay una serie de cadenas de exclusión, de desigualdad y de violencia que, en algunos casos, lejos de desaparecer, empeoraron. Es el caso de México, donde la pobreza extrema es cada vez peor. También es el caso venezolano, donde se reduce la pobreza, pero la violencia cívica aumenta”, agrega.



Así se explica el fracaso de los gobiernos que limitan sus políticas contra la pobreza en la transferencia de ingresos hacia los sectores populares.



“Yo les hago una crítica muy fuerte a los programas compensatorios -dice Arzate. Por ejemplo, el Programa Oportunidades en México. Aunque permitió que los niños más pobres mejoren sus niveles de escolaridad y de salud, mientras no haya políticas que generen economías regionales sustentables y cadenas productivas, es imposible en términos estructurales sacar a estos millones de campesinos e indígenas de la pobreza. No hay manera”.



“Esto pasa en México y en toda la región latinoamericana: en Chile son los Mapuches; en Brasil, los afroamericanos; y en el resto de los países, las zonas urbanas de emergencia, donde además de la exclusión, la discriminación y la explotación, hay terribles realidades de violencia. Desde ahora tendríamos que empezar a ligar las estructuras de exclusión y desigualdad con las de violencia. Hay un engranaje entre ellas, y mientras no ataquemos ese engranaje con políticas públicas de este tipo, jamás podremos sacar a esta población de la pobreza”, concluye Arzate.


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