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José Francisco Viñuela
Lunes, 25 de marzo de 2013
El día en que los milicos allanaron mi casa y se llevaron a mi vieja‏
Fue una mañana de sábado en el año 77, la noche anterior habíamos ido al cine, a dos cines. Mi hermana y yo queríamos ver “las travesuras de Benji”, la clásica del cachorrito simpático (yo tenía 12, Paula 11 años y Mauro 6), y mi vieja quería ver “El factor Humano”, esa era prohibida para menores, pero nos llevó igual.


Las travesuras del perrito en el Cine Argentino y la otra en el Marconi.

En el factor humano, además de haber visto por primera vez una mujer desnuda, vimos como un grupo de asesinos entraba a la casa de una familia y mataban a todos. Podían entrar a la vivienda gracias a que una empleada, recién llegada a trabajar, les abría la puerta a la noche. Es todo lo que recuerdo de ese film.

Nunca olvidaré esa película porque ese sábado a la mañana teníamos empleada nueva, no recuerdo ni el nombre, así como llegó se fue.

Golpean la puerta, atiende mi vieja, era la chica nueva, pasa y comienza a conocer la casa, mi casa es humilde, bien de barrio, dos habitaciones, un pequeño living la cocina más chica todavía y un comedorcito. Eso sí, el patio enorme.

No pasó ni media hora cuando vuelven a golpear, esta vez voy a abrir yo, cuando estiro la mano hacia el picaporte la puerta se abre sola, la abren desde afuera. Yo estaba tan cerca que me golpea y me voy contra la pared mientras una pistola, plateada, me apunta a la frente. Morimos todos pensé.

El hijo de puta que apuntaba pasa de largo y detrás de el ingresan dos, tres, cinco, veinte. Corro al dormitorio de mi vieja para avisarle y la veo con las manos en alto apoyada contra el ropero, a su lado mi hermanita. A las dos les estaban apuntando desde la vereda con armas largas.

Cagamos, nos matan a todos, como en el factor humano.

Dieron vuelta todo, revisaron hasta mi álbum de figuritas, que estaba casi lleno, me faltaba solo “la difícil”, la tarántula.

Mi casa estaba llena de libros, de todo tipo, todos leíamos mucho, no teníamos tele, ni radio. Solo el patio y los libros. Y la biblioteca, que ocupaba toda una pared, ese parecía ser el objeto de todas las búsquedas, las bestias sacaron todo, libro por libro. Hoja por hoja.

Mi vieja, cuando joven, era muy linda, muy inteligente y muy firme en sus ideales, yo no sabía en ese entonces todo eso, para mí era solo mi mamá y era linda.

Un tiempo antes de que pase lo que pasó, un intendente militar de Resistencia, o sea un usurpador hijo de remil putas se le había acercado y le dijo al oído:

-“Te imaginás, Adolfina, lo que podríamos hacer con tu inteligencia y mi poder”

Mi madre le respondió:

- “El problema es que a mi inteligencia no le interesa su poder”

Ese hecho, más otros tantos que tenían que ver con lo que ella escribía en Diario Norte, derivaron en ese día sábado. Con una madre y sus tres hijos solos atropellados y humillados por decenas de idiotas armados.

Después de destrozar lo que pudieron, y de no encontrar lo que buscaron, se fueron.

Pero no solos, se llevaron a mi madre y dejaron a tres menores abandonados en una casa semiderrumbada.

Cuando la subían al auto, entre lágrimas, le pregunté a qué hora volvía. No sé, me dijo, pero tenés que saber que tu madre nunca estuvo poniendo caños por ahí. En ese momento no entendí lo de los caños, después si, caños eran bombas.

Como mi vieja sabía lo que estaba pasando, estaba casi segura de que iba rumbo a desaparecer, pero no.

La llevaron a investigaciones, en los primeros números de la calle Marcelo T. De Alvear, adonde hoy funciona el museo de la memoria.

Ahí estuvo mamá cuando era el centro de torturas más tremendo de esta zona, y también estuve yo.

Tres días después de su desaparición nos enteramos de que estaba en ese lugar, y hacia allí fui.

Lo recuerdo como si fuera ayer, llego, sube los pocos escalones desde la vereda, tres primero, un pequeño descanso y luego cuatro escalones más, veo un gran escritorio marrón, estaba de frente a la puerta, de espaldas a una gran ventana, hacia la izquierda un sector de sillas y bancos para esperar (las esperas eran muy largas en ese lugar), y por la derecha un pasillo que llevaba al sector interno.

Me acerco al policía, a uno de los tantos que había, y le digo:

- Vengo a ver a la señora Adolfina Mondín.

Miró una lista y me dijo que estaba en ese lugar, pero que yo no podía verla porque estaba incomunicada.

- ¿cómo no me va dejar ver a mi mamá? le reclamo.

Insistió con lo de la incomunicación y yo con que quería ver a mi mamá, que se la llevaron de mi casa y nunca más la había visto, y comencé a gritar y a llorar.

Una señora me alentaba:

- Dale nene, no te quedes callado pedí que te dejen ver a tu mami.

El milico comenzó a ignorarme, ya ni me contestaba, ni me miraba, era uno más de los tantos esperando y llorando.

Vuelvo sobre mis pasos, bajo los escalones, llego a la vereda y justo en ese momento estaciona una camioneta del ejército, en la caja traían a varios jóvenes esposados.

Comienzan a bajarlos, de a uno y a los empujones, entonces se me ocurre una idea: ¡Entro metido entre los presos como un preso más!, y me mandé, me metí bien en medio de todos. Estaba rodeado de detenidos y de policías.

Paso por el costado del cana que me había recibido, a la derecha estaba el pasillo, yo sabía que por ahí se iba a la parte de las celdas, entramos todos, los presos, los milicos y yo.Un nene de 12 años burlando la seguridad y la inteligencia militar.

Ya adentro las custodias se relajan y comienzan a hacer chistes, yo me voy corriendo hacia un costado y distraídamente rodeo un aljibe que estaba en el centro del patio.

Era un patio central rodeado de galerías y muchas puertas. ¿A qué puerta voy, adónde entro, cómo encuentro a mi vieja?

La galería de la izquierda, algo más fuerte que yo me dice vaya por ahí, voy derecho a la puerta del fondo, la abro con firmeza, la puerta se abre, veo a un policía leyendo papeles.

El tipo levanta la vista y antes de que diga algo me escucha:

- Busco a la señora Adolfina Mondín

No me respondió el, escuché la voz de mi mamá que decía mi nombre, estaba justo detrás de esa puerta.

Nos abrazamos y lloré, no recuerdo si ella lloraba también, yo lo hacía desconsoladamente. El milico no dijo nada, habrá pensado que si yo llegué hasta ese lugar alguien me tenía que haber autorizado.

Repetí ese método varias veces, fui el único que pudo entrar a verla, hasta que me topé con uno que, si supiera quién es, todavía hoy iría a buscarlo.

Pretendo entrar y me detienen, esta vez muy mal, violentos. ¿Adónde vas pendejo? ¡Mandate a mudar de acá!

-¡Hijo de puta ojala le hagan a tu madre lo mismo que a la mía!

Se acerca y me empuja, me voy, bajo la escalerita y me siento en el último escalón. La cabeza entre las rodillas, vencido, y conociendo el odio por primera vez.

El asesino se acerca y me dice andate o te mato. Me voy.

Cruzo la calle, llego a la plaza y me siento en un banquito a pensar en cómo volver a entrar. El también atraviesa la calle, se me acerca y me aclara:

- si no te vas de acá te meto un tiro

De ese lugar me echó ese hijo de puta, me hizo conocer el odio y pensar, durante mucho tiempo, en las formas de encontrarlo, para matarlo.

Periodista

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