Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: —«Vamos a la otra orilla.» Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: —«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: —«¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: —«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aun no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: —«¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» (Mc 4, 35-40).
Contemplación
Con la alegría de la Encíclica de Francisco, Laudato Si, comenzamos la contemplación mirando al Jesús que calma la tormenta y le decimos, junto con todas las criaturas: Alabado y Bendecido seas, mi Señor.
Jesús encarna a ese Dios misterioso que le hablaba a Job desde la tormenta. Se le había revelado, en medio de sus clamores y sufrimientos, como el Dios que pone un límite al mar. Le decía: —«¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: "Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas"?» Pero era un Dios demasiado grande, demasiado poderoso. Un Dios al que no se le podía ver el rostro sin morir. Jesús, su Hijo amado, nos lo volvió cercano. Un Dios que duerme en nuestra barquita...
El sentimiento con el que podemos rezar hoy nos lo da el salmo 106: Damos gracias al Señor porque es eterna su misericordia. El Papa nos invita a mirar la creación con la ternura del Padre que ama todo lo que ha creado. Uno puede “ascender de las obras creadas a su Misericordia amorosa” (LS 77).
Una de las cosas más conmovedoras de “Alabado seas”, es el cariño con que nos hace ver la “relación íntima entre los pobres y la fragilidad del planeta”. La imagen de la tierra –“nuestra Casa común”- es la de un ser frágil, necesitado de cuidado, como los seres humanos más pobres y pequeños. Francisco le pone rostro a la ecología: el rostro de los pobres, que es el Rostro de Cristo. Así, la belleza del Universo, que es terrificante al mismo tiempo que gloriosa, adquiere el Rostro de Cristo y eso ayuda a que cada hombre encuentre su puesto de servicio en el planeta. No estamos abandonados como los apóstoles y los inmigrantes en un barcón a merced de las tormentas del mar. Jesús duerme en nuestra barca, sobre un almohadón, y El es alguien a quien hasta el viento y el mar le obedecen. Así la Encíclica nos devuelve el rostro cristológico de la tierra: la creación es de Cristo y “lo que es de Cristo –como dice Pablo- es una creatura nueva”. La creación, gracias a la Eucaristía, se transforma en ofrenda para convertirse en Cuerpo de Cristo. Y a nosotros nos renueva y amplía la misión. La frase del Señor: “Lo que le hiciste al más pequeño de mis hermanos, a mi me lo hiciste”, se extiende a todos los seres creados, al hermano sol y a la hermana agua, al hermano viento y a nuestra hermana madre tierra, como nos enseñó san Francisco. Así, contemplando al Señor Jesús en todas las cosas, como quería Ignacio, nos descubrimos distintos: no consumidores de un mundo que “se consume”, sino servidores de una creación que clama por nuestra ayuda, que nos necesita para mantenerse y desarrollarse y dar gloria a su Creador con nuestra voz.
Podemos sentir con Pablo cómo “nos apremia el amor de Cristo”. Nos apremia a amar a los pobres y al planeta, a cuidar de ambos con la misma pasión. El Papa nos dice que:“No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo”. “Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin « unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria»” (LS 216). Esta mística de “conexión con el propio cuerpo, con la naturaleza y con las realidades de este mundo” es propiamente cristiano.
Con esta mística, podemos ver con ojos nuevos pasajes del evangelio como el de hoy. Jesús calma la tormenta no para “pasar a otra cosa”, como si el hecho fuera anecdótico y exclusivo suyo. Las capacidades tecnológicas que hoy tenemos las podemos poner al servicio de tareas como “calmar los vientos y poner límite al océano”. En vez de “dominar la tierra” como si fuéramos sus dueños, nos podemos “enseñorear” de ella, sirviéndola para calmarla, ordenarla, limitar sus descontroles, mejorar sus potencialidades. La clave está, antes que nada, en sentirnos creaturas –iguales a todas las demás en nuestra pobreza más radical, la de recibir la existencia de manos de Otro, de nuestro Padre Creador. Luego, con esta alegría y hermandad creatural, la otra clave está en sentirnos servidores, como Cristo, que siendo Dueño se hizo servidor. Servidor de su propia creación. No es que tengamos que servir porque no somos los patrones sino los empleados. Servir es una actitud libre que nace del Amor, es una actitud gozosa, no algo de lo que uno se tiene que librar para luego dominar. Es un gozo para el amigo servir a sus amigos, para la madre servir a su familia, para el que trabaja servir a su empresa y a su patria. El Señor que calma la tormenta es el mismo que transforma el agua en vino y con saliva y barro abre los ojos al ciego; es el mismo que se enoja con la higuera que no da frutos y se alegra de que los lirios del campo se vistan de hermosura y de que los pajaritos encuentren alimento. Sabe distinguir lo que es trigo de lo que es cizaña y también sabe esperar los tiempos de la naturaleza antes de intervenir. Conoce la sicología de las ovejas, de los lobos, de las palomas y de las serpientes y sabe cómo se mueven los cardúmenes en el lago. Conoce el tiempo, cuándo va a llover y es Hijo del Dios que hace salir el sol y da la lluvia a malos y buenos. El contacto del Señor con la naturaleza está integrado con la vida social y espiritual de su pueblo. Es por este lado que va la invitación del papa en su Encíclica: por el lado de una ecología integral, que cuide el ambiente, a los pobres, las culturas y las instituciones sociales y políticas y la espiritualidad. Terminamos hoy con las dos hermosas oraciones con que Francisco termina su Encíclica. El la califica de “dramática y gozosa”. Creo que podemos agregar: clara, fresca, descontaminante, positiva, sabia, linda y alegre y comprometedora. Una Encíclica que no solo habla de ecología sino que es ecológica.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente, que estás presente en todo el universo y en la más pequeña de tus criaturas, Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe, derrama en nosotros la fuerza de tu amor para que cuidemos la vida y la belleza. Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie.
Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos. Sana nuestras vidas, para que seamos protectores del mundo y no depredadores, para que sembremos hermosura y no contaminación y destrucción. Toca los corazones de los que buscan sólo beneficios a costa de los pobres y de la tierra. Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa, a contemplar admirados, a reconocer que estamos profundamente unidos con todas las criaturas en nuestro camino hacia tu luz infinita. Gracias porque estás con nosotros todos los días. Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha por la justicia, el amor y la paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas, que salieron de tu mano poderosa. Son tuyas, y están llenas de tu presencia y de tu ternura. Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús, por ti fueron creadas todas las cosas. Te formaste en el seno materno de María, te hiciste parte de esta tierra, y miraste este mundo con ojos humanos. Hoy estás vivo en cada criatura con tu gloria de resucitado. Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz orientas este mundo hacia el amor del Padre y acompañas el gemido de la creación, tú vives también en nuestros corazones para impulsarnos al bien. Alabado seas.
Señor Uno y Trino, comunidad preciosa de amor infinito, enséñanos a contemplarte en la belleza del universo, donde todo nos habla de ti. Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud por cada ser que has creado. Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos con todo lo que existe. Dios de amor, muéstranos nuestro lugar en este mundo como instrumentos de tu cariño por todos los seres de esta tierra, porque ninguno de ellos está olvidado ante ti. Ilumina a los dueños del poder y del dinero para que se guarden del pecado de la indiferencia, amen el bien común, promuevan a los débiles, y cuiden este mundo que habitamos. Los pobres y la tierra están clamando: Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz, para proteger toda vida, para preparar un futuro mejor, para que venga tu Reino de justicia, de paz, de amor y de hermosura. Alabado seas.