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Alberto Medina Méndez
Lunes, 6 de julio de 2015
Los enemigos de la libertad
Si bien constituye una tarea de gran complejidad describir a cada uno de los que componen la extensa lista de detractores de las ideas de la libertad, es posible identificar a algunos de los grupos que tienen cierta homogeneidad.

Las razones para oponerse a la libertad son siempre diversas y difíciles de clasificar. Algunos lo hacen por ignorancia, otros por resentimiento, tal vez demasiados por simple temor, y muchos más de los que se pueda imaginar, solo para proteger sus mezquinos intereses y los privilegios que disfrutan.

Muchos creen que la mayoría de la gente no adhiere a estas ideas porque les ha faltado acceso a cierta literatura o por el desconocimiento elemental de principios básicos que explican el progreso indisimulable que han logrado tantas sociedades. Claro que de esos hay muchos, pero no necesariamente los convierte en el conjunto de individuos más significativo.

No alcanzar a comprender profundamente algunos aspectos esenciales del liberalismo es un argumento razonable para explicar el actual rechazo, pero no es saludable quitarle mérito al sistemático aparato de propaganda que ha montado el marxismo con su premeditado e inconfundible estilo panfletario, ese que consigue comunicar eficazmente sus falacias con consignas simples, frases hechas y recursos meramente retóricos.

Han logrado instalar una visión que ha penetrado fuertemente en la comunidad. Consiguieron que ciertas creencias sean apoyadas por muchos y que el léxico utilizado cotidianamente se incorpore al vocabulario habitual de los ciudadanos. Una exacerbada tendencia a la simplificación, apoyada en múltiples tácticas emocionales, que desplazan intencionalmente a lo racional, han sido parte central de esa magnífica estrategia que les ha aportado brillantes resultados desde lo pragmático en la batalla cultural.

Cada vez se hace más frecuente esta tendencia a buscar culpables que se hagan cargo de todo lo que pasa sin hurgar demasiado en las causas reales. Esta situación ha sido aprovechada al máximo por un socialismo que, interpretando adecuadamente este mecanismo, se ha ocupado de endosarle al capitalismo el rol de generador exclusivo de todos los padecimientos.

Ignorando las evidencias más indiscutibles, el socialismo aspira a ser evaluado por sus loables intenciones y pretende que la sociedad castigue al capitalismo por los aparentes daños colaterales, promoviendo un inmoral doble estándar lamentablemente imperceptible para la gente. Ellos no pueden mostrar un solo caso testigo contemporáneo que los valide, sin embargo demonizan a un sistema, que con imperfecciones, sigue siendo el único que puede exhibir triunfos concretos en todos los campos.

No menos cierto es que el rencor ha sido el caldo de cultivo perfecto para diseminar tantos planteos contrarios a la libertad. Quienes no han entendido la vitalidad de estas ideas, se enfadan frente a las victorias ajenas y promueven todo tipo de malos sentimientos, aunque no se animen a admitirlo públicamente. Tal vez eso explica porque estimulan el saqueo, fomentan la venganza y enaltecen a la igualdad como valor superior.

La envidia, la ira, el odio, son una ínfima parte de ese arsenal que, a veces, llega a expresarse con destrucción y violencia. Su versión más moderna se contiene demagógicamente y descarga toda su furia con una agresiva dialéctica verbal muy potente aunque, en apariencia, más civilizada.

Otro sector muy nutrido es el de los que, sin reconocerlo, le temen a la libertad. Creen en un orden impuesto, en el poder disciplinario del Estado, en la necesidad de que algún iluminado lo organice todo desde el gobierno y, con rigor, imponga reglas rígidas que eviten el desmadre y el caos.

Sospechan que la libertad no aportará soluciones. No quieren vivir bajo el imperio de la incertidumbre. Eso les molesta, los incomoda y preocupa. Prefieren un mundo predecible, en el que solo suceda lo esperable, sin advertir que las grandes invenciones y descubrimientos del hombre nacieron, justamente, de la mano de la creatividad de quienes no aceptan los paradigmas del orden establecido y se animan a desafiarlo siempre.

Pero existe un grupo mucho más temible aún. Es ese al que pertenecen los que defienden privilegios. Ellos se oponen a la libertad porque han desarrollado negocios que le permiten disfrutar de su actual nivel de vida gracias a las prebendas obtenidas. Su prosperidad obedece a las afinidades con el poder, a los aceitados vínculos que tienen con quienes administran discrecionalmente el Estado y pueden aportarles beneficios directos.

Ellos repudian las ideas de la libertad porque allí gobierna la competencia, esa que los impulsa a ser eficientes, a cobrar menos, a ganarse el mercado con calidad, servicio y mejores productos. En ese mundo, ellos no podrían ofrecer lo que hoy brindan a la sociedad. Por eso aborrecen a la libertad, porque ella amenaza sus artificiales logros presentes.

Paradójicamente, la caricatura socialista se encarga, a diario, de endilgarle al capitalismo su adhesión y apoyo a los grandes grupos económicos, sin registrar la contundente evidencia que surge al observar que casi todos los ricos de estas latitudes dominadas por el populismo, son solo pseudo empresarios que disfrutan de concesiones estatales y prerrogativas otorgadas de forma poco transparentes por los poderosos de turno.

Claro que detestan al capitalismo. Si ese sistema estuviera plenamente vigente sus oscuros proyectos no serían viables. Es más fácil prosperar eliminando competidores con retorcidas regulaciones. Por eso defienden la política actual, aplauden al intervencionismo estatal y se escudan en su falso humanismo y pretendida sensibilidad social para despreciar a lo que llaman capitalismo salvaje. En realidad defienden con ahínco su renta.

Los adversarios de estas ideas se despliegan en muchos ámbitos. Lo hacen en el académico y el político, en el religioso y también en el empresario. Pero es importante comprender que casi siempre solo se trata de intereses sectoriales y no necesariamente de un presunto desconocimiento e ignorancia al que todos prefieren responsabilizar.

Un sistema capitalista vigoroso los convocaría a trabajar más, a esforzarse y esmerarse, a ganarse el favor del mercado con mejores propuestas y eso los atemoriza enormemente. Es por eso que se han enrolado con tanta determinación y vehemencia en las filas de los enemigos de la libertad.

Alberto Medina Méndez


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