Luego de ser derrotado en 1983 por Raúl Alfonsín, el peronismo inició un histórico proceso de renovación partidaria conducido por el recordado Antonio Cafiero. Este proceso fue clave para las victorias de 1987 y 1989, pero quedó truncó, y tras las dos últimas jefaturas hegemónicas, la dificultad para procesar las transiciones de liderazgo llevó a nuevas derrotas en 1999 y 2015.
Hoy es necesario continuar y profundizar aquella renovación. Sin excluir ni jubilar a nadie, necesitamos encontrar ideas potentes, que orienten el futuro y sean consecuentes con nuestras banderas históricas: construir una sociedad más justa, en la que la acción del Estado priorice a los excluidos y genere independencia económica a partir de mejor educación, más producción y más cambio tecnológico.
Hay tres ejes centrales en esta renovación, cada uno de los cuales habla de continuidades y de cambios. A saber:
1. Movimiento, pero sin enemigos democráticos. El peronismo seguirá siendo el movimiento de los sectores populares o no será nada; con su columna vertebral en los trabajadores organizados y en quienes están excluidos del mundo del trabajo. Pero tener base popular no quiere decir tener el monopolio del pueblo. Hay que admitir que los argentinos se expresan también a través de otros partidos:
adversarios políticos, que tienen ideologías antagónicas a la nuestra, pero igualmente legítimas.
Son adversarios con los que no renunciamos a coincidir en temas puntuales, pero a los que habremos de enfrentar en elecciones, porque tenemos visiones distintas de la Argentina: creemos que las políticas del liberalismo concentran el ingreso, excluyen e impiden el desarrollo nacional. Pero afirmamos que nadie que se someta al voto popular es nuestro enemigo: enemigos son los que atentan contra la paz nacional desde afuera y aquellos que conspiran contra la democracia desde adentro.
2. Liderazgos, pero sin personalismos. Todo espacio político requiere de liderazgos sólidos, arraigados en convicciones firmes. Pero liderazgos sólidos no quiere decir nuevos personalismos fundacionales. Ya tenemos al peronismo, no necesitamos nuevos "ismos". Los personalismos impiden la madurez de los partidos y el crecimiento de dirigencia de recambio. Y sin partidos cuyas ideas permanezcan mas allá de las personas, y sin dirigencia de recambio, no hay política de largo plazo y por lo tanto no hay transformación nacional duradera. Hay, como decía José Mujica, "eclosiones que se disuelven en el aire". Limitar los personalismos es la condición para fortalecer a los partidos políticos y a las construcciones colectivas.
Hay cambios imprescindibles para darle sustento institucional a esta necesidad, que excede al peronismo. El primero es constitucional: hacia el futuro, los presidentes deben poder serlo por dos períodos y luego ya no más. Pasados sus años, seguirán los partidos, aparecerán nuevos líderes y continuarán los debates que inspiran a las grandes tendencias nacionales. El segundo es fiscal: impuesto por impuesto, hay que diseñar un cronograma gradual por el cual las provincias recuperen su porción de recursos coparticipados. Provincias más autónomas es Congreso más autónomo y, por lo tanto, liderazgos de consenso.
3. Distribución del ingreso, pero sin inflación. Aun luego de la fuerte reparación social implementada en la última década, la Argentina tiene hoy 30% de pobreza y 35% de empleo informal (en ambos casos, 40 a 45%, y más, en el norte del país). En tanto aspiración igualitaria, nuestra democracia es endeble. Con más desempleo y menos poder adquisitivo y más concentración de riqueza en manos de unos pocos, las políticas actuales están agravando el problema.
El peronismo debe aprender de la última década que no habrá reducción permanente de la pobreza sin crecimiento continuo, y que esto requiere una estrategia nacional de desarrollo. El orden macroeconómico (equilibrio fiscal, dólar competitivo, baja inflación) es imprescindible pero absolutamente insuficiente. Sólo con orden no habrá prosperidad para todos.
Construir un país inclusivo, una Argentina capaz de generar 25 años de distribución del ingreso con 5% de inflación (y no a la inversa), requiere planificar la transformación de la estructura productiva, regiones industrializadas que puedan insertarse en el mundo y un Estado capaz de brindar buena educación, salud y seguridad, sin aumentar la presión impositiva. La agenda no es menor: hay que repensar nuestra relación con el Estado, entender la importancia (y las limitaciones) de los equilibrios económicos, y, sobre todo, recuperar la noción de planificación de la transformación nacional.
Sin cambios profundos, la renovación será una máscara de viejas prácticas que están agotadas. Estos cambios no serán espontáneos, no van a surgir por arte de magia del orden económico y no van a ser generados por el liberalismo, porque escapan a su radar ideológico. Estos cambios son el gran desafío del peronismo, porque son el desafío de la justicia social duradera.
Por Eduardo Aguilar (Artículo publicado en el diario LA NACION el día viernes 2 de septiembre de 2016)