Cuando estamos emocionalmente mal vemos todos los problemas y nos angustiamos, sin embargo, cuando estamos emocionalmente bien, hay problemas que pasamos por alto y no consideramos tan graves. Lo cierto es que todo evento se tiñe del color de nuestro ánimo, por eso, si estamos mal, vemos todo negro y el mundo se nos viene abajo.
Cuando se te vienen todos los problemas juntos lo primero que tenés que hacer es separar lo que es un problema de lo que es un percance, un accidente. Por ejemplo, un problema puede ser que te quedes sin trajo y un percance o accidente puede ser se te rompa el lavarropas. Ahora, si estás mal anímicamente, vas a llorar por ambas cosas, aunque las dos situaciones no estén al mismo nivel. Esta es la razón por la que necesitás separar qué es un problema y qué es un percance o un accidente.
En segundo lugar, tenés que hacer una lista ordenada del problema más grave al menos grave. Es muy importante que puedas priorizar y enumerar los problemas desde el que te parece más difícil de solucionar al que creés que es un percance poco grave o de fácil resolución. Es muy importante que aprendas a priorizar.
Por último, tenés que tomar acción. Concentrate en el problema que creés que es el más grave y preguntate qué podés hacer para resolver aunque sea en parte ese problema. Tal vez no puedas resolver todo el problema, pero sí parte de él, y el resto lo resolverán otras personas o incluso el paso del tiempo. Para ponerte en acción no es necesario que puedas resolver todo, no obstante, es importante que hagas lo que sí podés hacer, de lo contrario, vas a quedarte paralizada, y al paralizarte perdés la esperanza y te autoconvencés de que no hay solución. Tu problema tiene no una, sino varias soluciones, ¡no pierdas la esperanza!
Cada vez que te atrevas a dar un simple paso, aunque sea pequeño para resolver un conflicto, vas a obtener confianza para avanzar hacia el siguiente nivel. No sos impotente, ¡ponete en el lugar de la acción!