Todas alguna vez tuvimos discusiones con nuestra mamá. Pensamos que nos ahogaba, que no nos entendía, que no confiaba en nosotras. Por su parte, nuestra mamá pensaba que no era escuchada o querida como lo merecía.
Tanto madres como hijas suelen sentirse atrapadas en estas relaciones sin siquiera poder visualizar cómo salir del conflicto. Lo cierto es que la familia perfecta no existe. Veamos entonces tres principios que podemos poner en práctica para sanar cualquier tipo de relación interpersonal:
1. No idealices ni desprestigies al otro. Ni tu madre es Dios, ni tu hija es una santa. Nadie quiere tener relación con una persona que se crea perfecta. Si ponés a otra persona en el lugar de Dios, siempre te vas a sentir menos, y siempre esta será una relación conflictiva. Las relaciones no pueden ser de todo o nada, de ángeles o demonios. Somos personas y lo mejor que podemos hacer es humanizar al otro, es decir, darte cuenta que es un ser humano con aciertos y errores.
2. No intentes cambiar a nadie. No trates de cambiar a tu mamá, y vos mamá, no trates de cambiar a tu hija. Nadie puede cambiar a nadie que no quiera ser cambiado. Necesitamos aprender que lo único que podemos cambiar es a nosotras mismas.
3. No manipules ni te dejes manipular. Hay madres que manipulan a las hijas y hay madres que manipulan a las madres. Aprender a poner límites es no dejarse manipular. No es malo poner un límite en la vida, no está mal que le digas “No” a tu mamá, y mamá, no está mal que le digas “No” a tu hija. Respetá tu espacio, tu hija no puede estar metida en tu intimidad, y vos no podés meterte en el espacio de tu hija. Tenés que aprender a poner límites, porque los límites nos dan libertad y seguridad.
Para lograr relaciones que generen bienestar hay que tomar todo con humor. ¡Nunca te olvides de ponerle un poco de humor a la vida! La mujer que se ríe de sí misma es una mujer con capacidad de disfrutar la vida.