Los seres humanos tenemos la curiosa capacidad de transformar un hecho cualquiera en un problema. Muchas veces tendemos a asociar nuestro pasado negativo a situaciones presentes y futuras, y pensamos: “Si algo malo ocurrió en el pasado, seguramente va a volver a ocurrir ahora en mi presente o quizás en mi futuro”.
Ahora bien, podemos tener dos visiones de nuestro pasado: (a) una visión optimista y (b) una visión pesimista. Cuando tenemos una visión optimista del pasado aceptamos que ocurrieron cosas buenas y cosas malas, pero capitalizamos todo. Por ejemplo, podríamos decir: “Durante mi infancia no teníamos ni para comer, pero mis padres me enseñaron que lo más importante era que estuviéramos juntos”. De esta manera, capitalizamos ese pasado negativo y ahora para nosotros lo más importante es que toda la familia esté unida.
La gente con una visión pesimista ve su pasado como perdido; a todos los hechos, incluso las buenas experiencias, los ve como negativos, y asegura que todo lo malo siempre se va a repetir en su vida. Por ejemplo, piensa: “¿Para qué voy a intentar algo nuevo o algo diferente en mi vida si a mí siempre me va mal?”. La gente que se ata al pasado construye desdicha, y aun de las cosas lindas hace un problema.
Una persona que se ata a su pasado negativo nunca busca una solución nueva a su problema. Como piensa que lo negativo de su pasado se va a repetir, no explora alternativas y repite una y otra vez las mismas conductas negativas que no le dieron ni le darán ningún resultado.
Cuando repetimos conductas negativas que no nos dan resultado lo hacemos para no perder poder, para no perder el rol que siempre tuvimos. Sin embargo, para mirar para adentro y sanar lo que haya que sanar tenemos que dejar de controlar ciertas situaciones y de mostrarnos como personas que hacemos todo bien.
Es tiempo de que dejes de hacer más de lo mismo, de que abandones esas conductas negativas que no te sirven para nada. Es tiempo de que te atrevas a intentar algo diferente. ¡Soltá amarras y arriesgate!