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Por Jorge Capitanich
Viernes, 4 de agosto de 2017
¿Qué hacemos frente a un planeta sin trabajo?
Estamos asustados por el mundo que se viene, más desigual que el que heredamos

El mundo contempla impávido ante la hegemonía de una matriz neoliberal que promueve la exclusión social, la pobreza, la destrucción del empleo y la concentración del ingreso y de la producción de bienes y servicios.
Es grave, de gravedad absoluta, la existencia de 871 millones de hambrientos, 201 millones de desocupados y la amenaza de una nueva revolución industrial con el predominio de la robótica y de la inteligencia artificial que obviamente desplazará más trabajadores aumentando en consecuencia la concentración económica y de ingresos en la escala mundial.
Si ocho personas en el mundo tienen el mismo dinero que 3600 millones de pobres, o si una persona logra concentrar 90000 millones de dólares que suma el PIB de 50 países quiere decir que algo anda mal, que algo no funciona adecuadamente o que simplemente nos produce consecuencias nefastas para la humanidad.
La pregunta es la siguiente: los gobiernos, los partidos políticos, las universidades, las usinas de pensamiento, ¿dejaremos que el transcurso del tiempo fagocite nuestras mejores esperanzas?
Es bueno pensar la combinación de liberalización del flujo de capitales y restricción de la libre movilidad de las personas genera más inequidad, más desigualdad pero también más desesperación y violencia social.
El modelo global debe pensarse desde una concepción sistémica, holística e integral. No puede ser que los organismos internacionales se miren al ombligo y defiendan solamente los intereses de los poderosos. En un mundo violento y desigual, nadie puede vivir en paz. La justicia es una precondición para la paz duradera entre naciones y dentro de las naciones.
No estamos discutiendo la viabilidad del sistema capitalista, comunista, socialista, anarquista o justicialista. Ni tampoco la viabilidad de un sistema de gobierno democrático o republicano, de mayorías o minorías. Estamos asustados por el mundo que se viene, más desigual que el mundo que heredamos. No es bueno cercenar ni las libertades individuales, ni la soberanía de los pueblos, ni la identidad de las comunidades.
Es bueno pensar un mundo precisamente con la conjugación de esos atributos. Preservando la identidad de las comunidades locales en virtud de la solidaridad, el amor al prójimo, la convivencia pacífica y civilizada. Potenciando las libertades individuales pero en el marco de un modelo que estimule la función social de la propiedad y la equidad social junto a la igualdad de oportunidades.
Es bueno pensar en la soberanía de los pueblos y en la soberanía de las naciones preservando nuestro ambiente, nuestra casa común.
No podemos sacrificar todo por el dominio del capital y del dinero. No podemos caer impávidos ante el poder de turno con la extorsión de las guerras. No podemos destruir empleos ni familias en aras de una productividad que favorece a los ricos.
Es hora de reflexionar que mundo dejaremos a nuestros hijos. Qué legado a las futuras generaciones. De nada vale enfrentarnos unos a otros con posiciones irreductibles cuando se perjudican los que ni siquiera pueden discutir o participar en el debate. El reloj sigue marcando las horas. El mundo es cada vez más desigual. Su atmósfera irrespirable… Y nosotros, ¿qué hacemos?


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