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Alberto Medina Méndez
Martes, 19 de diciembre de 2017
Profundamente indignado
Lo que ha ocurrido en estas horas me causa una enorme tristeza, pero también una absoluta impotencia. Me enoja, me molesta, pero por sobre todas las cosas me genera una amarga sensación de indignación con todos.




Me indigna ser parte de una sociedad que prefiere la ceguera y muestra signos indisimulables de necedad. Una comunidad tremendamente hipócrita que no es capaz de asumir sus problemas estructurales con valentía y enfrentarlos como se debe, con determinación e inteligencia.



Me indigna que seamos tan chantas de no comprender que no se puede vivir de fiesta indefinidamente y que las cuentas algún día se pagan, que nada es gratis y que lo que no queremos hacer hoy por las buenas lo terminaremos haciendo mañana de la peor manera y con mayores costos.



Me indigna que seamos demagogos y que creamos que las soluciones son simples y mágicas, que son “otros” los que deben encontrar soluciones porque nosotros no tenemos la más mínima idea de lo que hay que hacer.



Me indigna que les pidamos a los gobiernos orden, pero al mismo tiempo le digamos que ejerza esa misión con sano equilibrio, sutilmente, seduciendo a los delincuentes y poniéndoles alfombra roja para que no se ofendan.



Me indigna que le pidamos a un conjunto de personas que eligieron ser miembros de la fuerza de seguridad que nos protejan de los criminales pero que lo hagan sin elementos para evitar que los malos salgan lastimados.



Me indigna que mandemos al frente de batalla a otros y luego nos ocupemos de desautorizarlo sin culpa alguna. Que les paguemos indecentemente para hacer un trabajo que ninguno de nosotros haría porque nos falta el valor para estar en esa peligrosa línea de fuego.



Me indigna que pretendamos confundir protesta genuina con delito, que elijamos creer que los forajidos que desprecian la propiedad privada y se apropian de lo ajeno son solo un grupo de individuos que piensan diferente.



Me indigna que sigamos repitiendo como loros que los actos de vandalismo son una legitima forma de expresar meras discrepancias y que pueden constituirse en el termómetro adecuado del malestar ciudadano.



Me indigna que tengamos una dirigencia política tan mediocre que ni siquiera es capaz de leer dos páginas seguidas de un proyecto de ley, pero que luego puede invertir ese mismo tiempo en intrigas que luego se convierten en tácticas de corto plazo para sacar ventaja de la coyuntura.



Me indigna que muchos legisladores no sepan ni hablar y solo puedan balbucear, que no intenten siquiera argumentar para defender sus supuestas ideas sin recurrir a la chicana, el panfleto y los slogans vacíos.



Me indigna que la mayoría de los opositores sean tan cínicos y que pretendan que la gente les crea su discurso de sensibilidad social, ese relato que no aplicaron cuando tuvieron la oportunidad de gobernar.



Me indigna que la dirigencia, en su conjunto, intente que la sociedad le crea que a ellos les interesa realmente el futuro de los jubilados y pensionados cuando unos y otros, los manipulan y utilizan sin escrúpulo alguno.



Me indigna ver que los que decidieron dedicarse a la política no son capaces de sostener convicciones y que solo definen sus posiciones con una dinámica que consiste en sacar el máximo provecho del tema del día.



Me indigna que los que gobiernan no logren comprender que antes de discutir un tema se deben construir consensos, no solo con las cúpulas y los círculos de poder, sino con una sociedad que necesita validar los cambios.



Me indigna que los legisladores oficialistas se hayan convertido en “levanta manos”, dejando de lado sus creencias bajo la excusa de que deciden lo políticamente posible en nombre de un “bien común” que jamás llega.



Me indigna que los que gobiernan no tengan el coraje de hacer lo correcto y que vivan justificándose, cuando fueron ellos los que prometieron cambiarlo todo y decidieron hacerse cargo de este lío, sin que nadie les implore.



Me indigna que toda la clase política no se anime jamás a enterrar sus propios privilegios, esos que establecieron por unanimidad y que confirman eternamente, sin ofrecer un mínimo gesto de austeridad republicana.



Me indigna que el “pseudo” periodismo juegue su propio partido bajo ese cruel esquema en el que se responde linealmente a los intereses de los medios y, a veces, solo a las resentidas ideas de sus interlocutores.



Me indigna que el sindicalismo corrupto contribuya al caos para destruirlo todo cuando, en realidad, han sido ellos los responsables de este inviable régimen que diseñaron y que alimentaron hasta que lo hicieron colapsar.



Tengo el temor de que esa indignación se convierta en desesperanza, que esa desazón me empuje a bajar los brazos, a buscar nuevos horizontes lejos de mis afectos y a considerar a mi país como una causa perdida.



Pero luego pienso, que aunque no lo veamos muy claro aún todo sigue dependiendo de nosotros mismos, de entender primero lo que nos pasa, de ser autocríticos y revisar, sin piedad, todo lo que hemos hecho muy mal.



No estamos como estamos por casualidad, ni porque los que hacen de las suyas sean solamente los otros. Nuestro presente no es el resultado de un plan perpetrado por los empresarios prebendarios, ni por los malvados integrantes de la inagotable corporación política y gremial.



Somos lo que somos, porque hacemos lo que hacemos. El exitismo compulsivo, la mirada simplista, una apatía crónica, el desinterés por la política y una ausente cultura del trabajo nos trajeron hasta acá.



Es la acción, o inacción, de cada uno de los ciudadanos la que ha construido este engendro. Claro que muchos hicieron lo imposible para engordar a este monstruo del que hoy viven cómodamente esquilmando a los demás.



Va siendo tiempo de que reflexionemos y nos pongamos a trabajar para convertir este mamarracho en una oportunidad. Si no lo hacemos pronto repetiremos nuestra propia historia como lo hemos hecho durante décadas.



Tenemos una chance. Habrá que entender primero que somos nosotros los que debemos tomar la posta, porque si esperamos que estos patéticos personajes de hoy edifiquen un porvenir mejor, estamos muy equivocados.



Unos ya lo demostraron. Son corruptos, perversos y absolutamente incapaces de hacer algo positivo. Los otros, los de ahora, no tienen lo que hay que tener para hacer lo que hay que hacer. Todos los días lo confirman.









Alberto Medina Méndez



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