Tengo un amigo a la distancia, José se llama y de él es la mayor parte de la reflexion que les acerco hoy queridos lectores...
La pregunta de Jesús, la respuesta de los discípulos y la severa matización de Jesús recogen el centro de la fe. ¿Quién es este hombre?. Es más que un Profeta, el Mesías, pero no es como lo esperábamos.
Los discípulos están dispuestos a admitir que Jesús es el Mesías, pero no se han dado cuenta de que el Mesías es Jesús, es decir, que lo que esperaban debe ser corregido, porque esperaban mal.
Esperaban un rey libertador, esperaban la supremacía de Israel; se van a encontrar con el Siervo pobre y sufriente que nos llama amigos...
La disyuntiva es tan fuerte que Jesús se quedará casi solo. El capítulo sexto de Juan muestra bien esta crisis. El pueblo puede admitir a Jesús como Mesías, pero no puede admitir que toda su religión anterior, su Templo, su legalismo, su veneración al pie de la letra de la Ley de Moisés... sea arrinconada. El vino nuevo de Jesús rompe los odres viejos.
Es esto lo que lleva a Jesús a la cruz; el rechazo al Reino. Este rechazo lo hizo en su momento la Antigua Ley, pero sigue existiendo, y constituye algo esencial en nuestra propia fe y en la evangelización: aceptar o rechazar a Jesús es la encrucijada de la fe.
Estremece la precisión del programa:
· negarse a sí mismo · cargar su cruz cada día · seguir a Jesús.
Hay en todo esto una evidencia de la verdad de Jesús, íntima y convincente, que a los creyentes nos parece superior y más profunda que cualquier otra. Pienso que por eso precisamente creemos en Jesús.
Las religiones se estrellan ante la realidad misma, cotidiana y fea, de la vida humana, y le ofrecen compensaciones místicas, magias sanadoras, esplendores cultuales, nociones de culpa y mérito... que en el fondo no son más que proyecciones de lo humano soñado a lo divino, compensaciones sublimadas de la insatisfacción de vivir, aparatos externos para eludir el enfrentamiento con lo íntimo de la conciencia...
Lo de Jesús es asumir la condición humana tal como es y construir desde ahí algo más humano y más real. Rechazar al mesías triunfante no es un cambio conceptual, es asumir que la persona humana religiosa no se evade de la realidad. Aceptar el destino trágico de su propia vida no es ofrecerse en sacrificio redentor por los demás sino aceptar que la vida bien vivida tiene un precio.
Creer en el resucitado no quiere decir que al final tienen razón los resplandores milagrosos, sino que creemos en el crucificado, precisamente porque ha sido capaz de no eludir lo más humano de lo humano: la oscuridad ante Dios, la tentación de la falsa religiosidad, las consecuencias ásperas de una vida conforme a la Palabra.
En el itinerario hacia la fe en Jesús hay varios niveles: admirarle es el punto de partida; aceptar sus valores y su modo de vivir es ya una opción de vida; reconocer en él la imagen misma de Dios y el modelo de lo humano es ya la fe cristiana explícita.
¿Por qué damos los creyentes este tercer paso? En la escena del evangelio de hoy, versión de Mateo, está una parte de la respuesta: "Bienaventurado eres Pedro, porque no es la carne ni la sangre la que te ha revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos". Es decir, en el proceso de la fe no hay un solo protagonista, el ser humano que llega a creer, sino dos: Dios trabaja, el Espíritu mueve a la fe.
Pero esto podría tomarse como una evasión. Ese proceso de "llamada" de Dios está, como todo, encarnado. La búsqueda sincera de un modo de vivir digno, la comprobación de la distinta satisfacción interior recibida a consecuencia de nuestras acciones y actitudes, la comprobación de los resultados que tiene para la vida y la historia humana la aplicación de los valores de Jesús o de sus contrarios... va creando en nosotros una convicción íntima: no hay palabra como Su Palabra, no hay modelo humano como Él, no hay divinidad como la que en Él se muestra. Y se nos abre la invitación a la fe, a pasar de la admiración por un hombre excepcional al reconocimiento de "el hombre lleno del Espíritu". Por todo esto dirá Pablo: "Sé de quién me he fiado".
Este Jesús de quien nos hemos fiado nos invita a "perder la vida para ganarla". Pérdida y ganancia es lo mismo que salvación y perdición. Se trata de una profunda definición del ser humano, una definición enteramente existencial: el ser humano es un proyecto, que puede realizarse o echarse a perder. Más aún, el ser humano es un proyecto arriesgado, porque le falta información sobre lo que le conviene o le perjudica, y le atraen irresistiblemente muchas cosas que no le convienen.
Además, el ser humano se cuestiona constantemente sobre los "males" que le suceden en la vida, los fracasos, las enfermedades, la vejez, la muerte... y acaba concluyendo que el único valor consistente es el placer, y el placer inmediato, puesto que no comprende el sentido de todo lo demás.
Jesús cambia el sentido entero: informa al ser humano de quién es: hijo de Dios, caminante, pecador. Informa al ser humano de para qué está aquí: para caminar, para liberarse, para ayudar a caminar y ayudar a que sus hermanos se liberen.
Informa al ser humano de quién es Dios: el pan y vino para el camino: el Espíritu, la fuerza para caminar: la Palabra, la luz para el camino: el agua, que lava los pecados y hace llevadero el camino. Informa al ser humano de que la cruz es su compañera, como lo es de todo caminante, pero ni es el final ni es insuperable: y le informa de cómo llevar la cruz para que se convierta en algo válido para siempre.
Esto es "perder la vida", superar los valores que aceptan los que no tienen más sentido de la vida que la vida misma: estos valores parecen múltiples (poder, dinero, éxito social, dignidad, estar a bien con uno mismo...) pero son uno sólo: placer, mejor cuanto más intenso y más inmediato. Indican que no se espera nada más allá de esta vida. Jesús ha puesto el punto de mira de la vida humana más lejos y más arriba, y todos los valores se re-ordenan mirando hacia allá. Para los que no miran hacia allá, esto es "tirar la vida", "perder la vida". Para los que miran hacia donde mira Jesús, tirar la vida es dedicarla sólo a vivirla a gusto aquí y ahora.
Jesús "tiró su vida". Podía haber hecho carrera política, podía haber sido un líder aclamado... lo que hubiera querido. Facultades le sobraban para ello. Esto esperaban de él incluso sus discípulos, incluso cuando decían "Tú eres el Mesías", porque pensaban que el Mesías sería el Rey restaurador del esplendor de Israel. Jesús tiró su vida porque era el Salvador, porque sabía muy bien que no vivía para disfrutar o triunfar aquí a los ojos de "el mundo", sino para sembrar la Liberación.
Pero Jesús "salvó su vida", y la de los demás, porque gracias a Él podemos salvar la nuestra. Éste es el mensaje de fondo de la resurrección y la ascensión: el triunfo definitivo, la manifestación de que el Crucificado no ha fracasado, sino que, liberado hasta de la muerte, "está a la derecha de Dios", ha llegado a la meta, y, además, como Primogénito, como el primero de nosotros, como Cabeza de puente de este cuerpo de caminantes que vamos tras Él, animados por su mismo Espíritu.