En tiempos en los que estas cuestiones se han puesto de moda en el planeta, pululan propuestas tendientes a seducir al electorado femenino de un modo muy controversial, al punto de caer en la afrenta de subestimarlas en su inteligencia.
Esta corriente que desea reivindicar supuestos derechos formales en la búsqueda de igualar los géneros no es para nada novedosa, ni tampoco es original. En todo caso ahora ha tomado mucho mas vigor y potencia.
Quienes lideran esos espacios, no siempre lo hacen desde un lugar ingenuo, sino que traen consigo otras intencionalidades mas discutibles y un plan elaborado premeditadamente mucho mas sofisticado y ambicioso.
Sus métodos son mas que opinables, pero nadie puede objetar que han ganado la primera de las batallas, la de instalar en la agenda estas temáticas hasta obligar a la política tradicional a apropiarse de esa bandera.
Algunos dirigentes, casi infantilmente, creen que pueden llevar agua para su molino como suelen hacer en otros casos y manipular “a piacere” este complejo asunto evitando las implícitas consecuencias negativas.
Aun no han tomado nota de que no tratan con improvisados ideólogos, o un simple grupo de personas que reclaman un aspecto irrelevante. Este es un ensayo sociológico que viene avanzando con derivaciones peligrosas.
Son demasiados los errores conceptuales que se han cometido hasta llegar a debatir una norma de esta naturaleza, pero tal vez el mas grosero es creer que se puede igualar lo que esencialmente no es igual.
Las diferencias no son un problema, ni un defecto, sino todo lo contrario, es decir una virtud, una genialidad de la naturaleza, porque justamente es la diversidad la cualidad que posibilita que una sociedad evolucione.
Imaginar que una ley puede “igualar” en forma prepotente, obligando e imponiendo, es demostrar que no se ha entendido nada y que quienes tienen la responsabilidad de representar a todos están aún en la primaria.
Aun suponiendo que se pudiera aceptar parcialmente algunos de los enunciados retóricos incluidos en los “considerandos” de rigor, este que se ha elegido nunca puede ser el camino para alcanzar esa ampulosa meta.
Una legislación no equilibra en forma autoritaria lo que no puede obtenerse genuinamente. Hacerlo de esa forma es forzarlo todo e incorporar distorsivos mecanismos que perjudican al sistema integralmente.
Decir que una mujer es la única que puede representar a otra es restringir su perímetro, menospreciar sus talentos, encapsular su capacidad, cuando la variante debería ser la inversa, la de abrirse a una mirada mas general.
Asumir prejuiciosamente que un hombre no puede comprender las percepciones de una mujer es de un reduccionismo tan lineal como aventurado y a estas alturas es una afirmación inaceptablemente sexista.
Es difícil entender como tantas personas, especialmente muchas mujeres, apoyan incondicionalmente este tipo de iniciativas. Tal vez tenga que ver con cierta humana ansiedad que quiere avanzar mas rápido o solo otra versión de las soluciones mágicas que buscan atajos para lograr objetivos.
Diera la sensación de que estos proyectos parlamentarios han caído en la cándida trampa de agraviar alevosamente a todas aquellas a las que pretenden alentar. Si solo una ley puede conseguir que las mujeres ingresen a un cuerpo colegiado significa que ellas no son capaces de alcanzarlo sin una regla imperativa que sancione a quienes la incumplen.
Semejante ofensa es inadmisible para aquellas que confían en sus virtudes, en su fuerza y en su intelecto. Abundan ejemplos en la política doméstica de mujeres que no llegaron a los altos cargos gracias a una “dádiva legal”.
Nadie discute qué a ciertas mujeres, en el circulo de la política, se les hace todo cuesta arriba, pero eso no solo ocurre en este ámbito sino en muchos otros y sin embargo múltiples ejemplos de éxito hablan por si solos.
Aunque nadie quiera decirlo en voz alta, el experimento del “cupo femenino” ha sido un estrepitoso fracaso. Las lideres que triunfaron jamás necesitaron de ese engendro para que su visión sea aceptada como válida.
Muchos de los que hoy promueven esta norma han manoseado la ley para que ingresen por ese callejón una andanada de mujeres cuyo mayor atributo era ostentar el apellido de un político varón famoso.
Han abusado del viejo recurso electoral de “utilizar” mujeres y ahora se rasgan las vestiduras hablando de participación cuando siempre han especulado impiadosamente en el armado de listas incluyendo hermanas, hijas y esposas, usándolas descaradamente como anzuelo para incautos.
Hay que recordar que esta legislación, con matices menores, cuenta con el apoyo multitudinario de casi de todo el abanico de partidos políticos y de una sociedad que suscribe ciegamente lo que se viene diciendo hasta aquí.
Un tema que no debe pasarse por alto es el cinismo de los dirigentes y ciudadanos que en privado dicen lo opuesto y en público se muestran proclives a apoyar este mamarracho recitando lo políticamente correcto.
Es todo muy hipócrita. Los adalides de esta movida no hacen lo mismo con los cargos no electivos. Presidente, Gobernadores e intendentes no conforman su gabinete con ese criterio de “equidad” y entonces resulta poco creíble esas consignas que vociferan y que no aplican ahora mismo.
La sociedad siempre necesita a los mejores haciendo política. No importa si son hombres o mujeres, no tienen relevancia los porcentajes por género. Interesa que estén preparados, formados, que sean líderes con coraje capaces de llevar adelante las reformas que aún siguen en lista de espera.