Un día como hoy, uno de los presidentes de nuestro país se fue al lugar donde nacen las estrellas.
Arturo Illia condujo nuestra República desde 1963 a 1966. Su gestión nos marca un legado de ética y honestidad en la forma de hacer política, que en la actualidad muy pocos saben materializar.
Gobernó durante un período en donde el poder político estaba dividido y no todo se encontraba bajo el poder del Ejecutivo Nacional, resultaba complicado ejercer plenamente sus funciones. Aun así, Illia le puso su marca personal, todo su ímpetu y personalidad a la gestión, dejando una marca registrada en la historia argentina.
Durante su mandato, que no logró terminar, la Argentina dio grandes pasos en su camino por la búsqueda de la igualdad de oportunidades, basándose en ejes fundamentales dentro de la democracia, como ser la educación y la salud.
Mucho tiempo nos hicieron creer que nuestra Nación comenzó en 2003 y que muchas políticas públicas tuvieron su origen en gobernantes que con su disfraz de oveja nos condujeron durante doce años. Lo cierto es que, ya a mediados de los sesenta, donde en muchos lugares te decían qué pensar y cómo actuar, don Arturo apostó a abrir las fronteras de la libertad de expresión. Por eso los presupuestos de las Universidades crecieron y se garantizó la libertad absoluta de pensamiento para docentes y alumnos.
Asimismo, durante aquel corto período, el incremento en el presupuesto para educación era real ya que desde su inicio como Presidente y casi al final del mismo pasó del 12% al 23%. Por otra parte, se inició el Plan Nacional de Alfabetización, se crearon escuelas que incluían comedores, se repartió gratuitamente útiles para medio millón de alumnos y se impulsaron las escuelas técnicas y las rurales.
En lo que respecta a la salud, como era de esperarse por su profesión, conocía muy bien cuáles eran las fortalezas y debilidades del sistema argentino y por ende tenía muy presente qué quería lograr de él y qué servicio se merecían sus compatriotas. Es por eso que uno de sus principales logros en esta materia está relacionado con la ley 16.462 sobre medicamentos, donde se establece la contención y disminución de los precios de las drogas, productos químicos, reactivos, formas farmacéuticas, medicamentos, elementos de diagnóstico y todo otro producto de uso y aplicación en la medicina humana.
Por supuesto que el ítem salarios, para Illia, también tuvo gran relevancia, ya que en aquellos años se sancionó la ley del salario mínimo, vital y móvil donde se preveía que éste era la remuneración que posibilite asegurar, en cada zona, al trabajador y su familia alimentación adecuada, vivienda digna, vestuario, educación de los hijos, asistencia sanitaria, transporte, vacaciones, esparcimiento, seguro y previsión. Comprendía las asignaciones familiares (equivalentes en una familia tipo al 30% del salario mínimo, vital y móvil) y otros componentes remunerativos.
Sin lugar a dudas hoy extrañamos a este gran Presidente que tuvimos los argentinos, pero más allá de los cargos a los que pudo acceder, es la calidad de política que experimentaba y llevaba adelante su persona. En el lenguaje vulgar se puede decir que “hacia sin robar”, que no se llevó nada que no era suyo y hasta inclusive ni lo suyo, se fue del gobierno mucho más pobre de lo que entró.
Podemos imaginar cómo fueron esos últimos días de aquel enero en Córdoba, en su modesta casa y su consultorio que fueron donaciones de los vecinos, atendiendo la panadería de un amigo, esperando su partida en paz; puesto que se propuso mejorar la calidad de vida de los argentinos y así lo hizo.
Illia, nos dejó un gran legado, la honestidad y su hombría de bien, digno de ser imitado por propios y extraños.