Nos levantamos temprano en esa mañana fresca de abril. Camino a la Facultad, o al trabajo nos encontramos con compañeros,casi todos alegres, eufóricos por la noticia. Malvinas es nuestra, finalmente.
Sólo uno del grupo manifestó responsabilidad, compartió sus temores, sus presagios. Los demás no podíamos razonar absolutamente nada, la emoción lo embargaba todo.
Los amigos lejos. Los compañeros van de nuevo a los cuarteles, algunos se han inscrito como voluntarios, los padres orgullosos, las madres cautelosas.
Los días felices se transformaron en tristes. La euforia en desconfianza. La esperanza en angustia.
Información dudosa. Noticias falsas. Nosotros juntando de todo para que no pasen frío ni hambre.
La rendición. La sorpresa. La tristeza. La vuelta a casa, días de resignación.
Las ausencias, la búsqueda. Llegan algunos y no los vemos. No hablan. No salen, no cuentan. Mastican en soledad, suceden pesadillas de sonidos que sobresaltan.
Las historias emergen solas, en la intimidad y en el silencio que grita a voces sus nombres.
Diecinueve años, veinte a lo sumo. Igual que nosotros, pero tan distintos. Con tanta bruma y tantos secretos. Y una vida marcada para siempre. Les debemos mucho. No se si habrá tiempo para devolverles lo que nos dieron.
Cuando los miramos, en esos ojos hay todavía mucho de aquellos momentos. Cuando desfilan con sus hijos y nietos, la emoción embarga el desfile y nos dicen AQUÍ ESTAMOS.
Son la memoria viva. El viento helado y húmedo de Malvina y Soledad que llega hasta nuestros días. Tantas hijas, tantas mujeres con esos nombres. Tantos homenajes que nunca serán suficientes.
Que su paso no sea en vano.
Dicen que está prohibido olvidar, digo que está prohibido olvidarlos.