Fue magro el nivel de actividad económica de las provincias en el primer trimestre de este año, manteniéndose -de ese modo- en el mismo nivel del 2012. Los principales indicadores han reflejado el estancamiento de la actividad económica en gran parte de las provincias argentinas, destacándose la región norte porque presenta el promedio más bajo y una dependencia estructural de los fondos nacionales.
Falta pan
Desde el año pasado que algunos voceros anunciaban que se produciría una faltante de trigo, producto de la vigencia de los modelos de producción, de comercialización y de agroexportación, que funcionan extremadamente concentrados y verticalizados. Varios sectores simplificaron sus análisis atribuyendo tal situación al carácter regresivo de las políticas públicas y a los errores de las medidas y de las decisiones aplicadas por el gobierno nacional. Algunos han tenido parte de razón; sin embargo, coincidieron -aunque heterogéneamente y por distintos intereses - en la necesidad de que se garantizara la existencia suficiente de trigo, sus derivados, productos y sub productos, para lo cual recién tomaron en cuenta la notable participación de este cereal en la alimentación familiar, particularmente de los sectores de menores recursos, que subsistían en base a una dieta hidrocarbonada, justamente porque era la más barata. Un poco tarde advirtieron que el trigo es un factor sustancial en la composición de la dieta de los argentinos y que la progresiva disminución de la superficie de siembra provocaría mermas que generaría desabastecimiento o faltantes en el mercado de consumo, especialmente de harinas y sus derivados, entre los que sobresale nítidamente el pan y las pastas. Iniciada la campaña agrícola actual, ya se sabe que la superficie sembrada no alcanzará para abastecer, sostenida y equilibradamente, la demanda de consumo de la población, que se estima necesita 450 mil toneladas por mes para que no se produzcan faltantes y se mantengan estables los precios que actúan como principales marcadores, sin perder de vista el impacto de la inflación en el mercado, que actúa como un factor general al que no escapa el sector triguero y sus productos.
Un reducido grupo de empresas se quedó con el trigo y algo más
El derrocamiento del gobierno de Isabel Perón tuvo como principal y último objetivo cambiar el modelo económico, especialmente el productivo, en la Argentina. Quienes implementaban la globalización de la economía, que indiscutiblemente fueron las grandes empresas multinacionales, impulsaron el golpe militar de 1976. Todos recordamos la simbolización de esta etapa en la figura de Martínez de Hoz, que apenas fue un peón jerarquizado en el grupo de tarea. A partir de allí, definidamente latinoamérica fue compulsivamente reclutada como región globalizada para ser sometida a un nuevo proceso de colonialismo, quedando en manos de las multinacionales globalizantes. La cabecera de playa fueron los países del Cono Sur. El primer campo de experimentación -desnudo y desvergonzado- fue Argentina, desde donde luego se exportó las políticas y los programas neoliberales, presentados como la modernidad y el progreso inevitables.
Dictaduras militares neoliberales
Se hizo insostenible la continuidad de la teoría de la seguridad nacional, que el departamento de estado norteamericano implementara a través de las dictaduras militares por la sistemática e inocultable violación de los derechos humanos en la región, que se pusiera al descubierto cuando la opinión pública internacional comenzó a conocer la aplicación del terrorismo de estado en los países latinoamericanos. Cuando quedaron absolutamente desacreditadas tales dictaduras, el departamento de estado diseñó el modelo de las democracias controladas, como continuidad más prolija y aceptable para la opinión pública en el proceso de instalación del modelo de globalización en esta región del mundo.
Y llegó el Menem, el de la mentirosa revolución productiva y del salariazo
Pasó Alfonsín, con sus aciertos, errores y contradicciones, hasta que la última crisis lo tumbó porque ya estaba muy debilitado. Allí operaron sectores políticos, gremiales, de las fuerzas armadas y, con enorme y oculta influencia, las multinacionales globalizantes y las empresas locales asociadas a la aplicación de las nuevas políticas neoliberales. Los medios solamente hacían referencia a Bunge & Born, aunque en realidad estaban otras más importantes, especialmente los laboratorios, las semilleras y monopólicas de insumos agropecuarios y las financieras, que venían agotando la capacidad de repago de la deuda pública externa de la Argentina, y querían seguir ganando mucho dinero en este territorio, aplicando altos intereses en créditos a cortos plazos. La profundización, hasta el agotamiento, de la crisis casi continua del segundo tramo del gobierno de Alfonsín fue gerenciada con criterio empresario, mientras que el marco institucional quedaba en mano de algunas embajadas en Argentina, especialmente la norteamericana y sus asociadas europeas.
En este contexto, llegó el solapado ultra liberal Carlos Saúl Menem con la mentirosa propuesta de la revolución productiva y del salariazo, que luego reconoció descaradamente que no pensaba realizar. En realidad, asumió con votos peronistas y de sectores aliados para instrumentar la última etapa operativa de la puesta en marcha del neoliberalismo más extremo que podamos recordar en la Argentina, aunque todavía se repite algunas defensas a favor de aquel vendepatria, que atrasó cien años al país al borde del bicentenario, cuando destruyó la industria nacional, cuando derogó los aranceles de importación para abrir salvajemente las fronteras comerciales, cuando profundizó el endeudamiento público externo para financiar el creciente gasto operativo e improductivo del Estado y el sostenimiento de la falsa convertibilidad ($ 1 = U$S 1), y cuando privatizó o concesionó empresas y servicios públicos esenciales, que vendió a precio vil a las multinacionales o a empresas locales, corruptas y prebendarias, pagadoras de sobornos y evasoras de impuestos y de divisas, que remesaban extraordinarios dividendos netos a sus casas centrales sin pagar un peso, ni reinvertir.
La odiosa integración vertical de la economía
El menemismo, entre cuyas filas estuvieron una gran parte de los dirigentes y funcionarios del kirchnerismo y del cristinismo para ganar en esta época, auspició y posibilitó que en la Argentina se produjera la integración vertical de la economía con una intensidad y profundidad que hasta ese momento no se había dado en otros países. En pocos años las multinacionales y sus asociadas locales se apropiaron de todos los resortes del mercado de producción y de consumo nacional, y del sistema de agroexportación. Comenzaron comprando las semilleras nacionales, para cerrarlas e introducir las semillas genéticamente modificadas; adquirieron los laboratorios nacionales, especialmente los que producían los insumos para la actividad agropecuaria; adquirieron las industrias alimenticias; redujeron y concentraron la cadena de distribución, comercialización y venta de agroquímicos y semillas, como también de compra de los productos producidos por el agro, bajo la estructura de pooles muy poderosos, contra los que no se podía competir. Obtuvieron y revendieron, repetidamente, las grandes bocas de ventas de los productos alimenticios de primera necesidad y de más alto consumo.
Producto de la referida integración vertical de la economía, a partir de mediados de la fatídica década de los noventa, un reducido y selecto grupo de empresas multinacionales y sus filiales locales o asociados, manejan -hasta ahora- todos los resortes del mercado de producción y de consumo nacional, y de la agroexportación. Los sectores mejor informados hablan que ochenta mega empresas son las que realmente manejan la economía en Argentina, de las cuales nueve son las piramidales. Esto significa que este grupo empresario define -por su cuenta, costos y precios- casi todos los bienes y servicios que se producen y que se consumen en nuestro país, como también los que se exportan, de tal modo que son los que verdaderamente manejan la renta nacional desde la clásica óptica del sistema financiero, que es de donde vienen, actuando bajo un esquema de cerrada integración y concentración, lo que contradice las antiguas y valiosas postulaciones históricas de Irigoyen y de Perón.
Falta trigo
Las empresas que actúan bajo el esquema de integración vertical de la economía son las que definen qué deben comer y qué no deben comer los argentinos, y a qué precios. El factor de selección es el precio que está fuertemente influido por el volumen de la oferta, que actúa como indicador determinante. Respecto del trigo, vale señalar que el mercado de consumo de la Argentina demanda 450 mil toneladas por mes, o sea 5,4 millones de toneladas por año. A comienzo de 2013 el stock declarado de trigo, según datos oficiales, era de 4,91 millones de toneladas, o sea que se produciría una muy leve faltante si no exportáramos. Sin embargo, la secretaría de comercio exterior autorizó que se exportara trigo. Durante el mes de enero se exportó 1,3 millón de tonelada, por lo cual el stock existente en poder de las empresas que manejan la integración vertical de la economía debería ser de 3,1 millones de toneladas. Resta saber si efectivamente dicho stock está disponible para satisfacer nuestro mercado de consumo interno o si una porción ya fue exportada, incluso en negro.
La integración vertical de la economía y la escasez de trigo
El escandaloso precio del pan permite poner al descubierto que muy pocas grandes empresas son las que verdaderamente manejan todos los resortes del mercado de producción y de consumo nacional, y la agroexportación. Por si a algunos le quedara alguna duda, es conveniente recordar que Cargill concentra el 20% del trigo nacional; la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), estrechamente vinculada con Coninagro, maneja el 15% del total producido en cada campaña; Bunge el 9%; Agricultores Federados Argentinos (AFA), relacionada con Federación Agraria, tiene el 8,6%; Oleaginosa Moreno, el 6,3%; LDC, el 6,2% y ADM el 5,2%. O sea que siete empresas manejan el 70% del trigo que producen las tierras argentinas, que terminan siendo commodities para las bolsas internacionales, lo que hace que los dueños del trigo desprecien el mercado de consumo local o instalan precios equivalentes o superiores al mercado internacional. En este escenario, es penosamente pintoresca la figura del secretario de comercio Moreno, que en realidad no se opone a la continuidad de la integración vertical de la economía, reduciéndose a tratar de pellizcar la renta nacional a través del cobro de las retenciones, cuando en realidad el gobierno nacional debería romper esa integración vertical y comenzar a construir un nuevo modelo productivo horizontalizado, en el que los argentinos participemos en la producción de los bienes que consumimos, para llegar a precios justos y garantizar al acceso a la comida para toda las familias, generando más empleos y mejores ingresos para los trabajadores. Ese es el círculo virtuoso que perdimos en manos de los dueños de los mercados.