Cuando sentimos vergüenza, nos achicamos. En realidad, todo nuestro cuerpo manifiesta esta emoción. Y, por ejemplo, nos sonrojamos, o transpiramos, o nos cruzamos de brazos, o bajamos la cabeza. ¿El resultado? Los otros se agrandan y parecen superiores.
Algunas mujeres llegan a creer que los demás son perfectos, que jamás se equivocan. Entonces el otro siempre es poderoso y está fuera de su alcance. Como resultado, ellas sienten que son torpes, inadecuadas, inútiles, incapaces de lograr lo que se proponen. Lo cierto es que los seres humanos solo poseen el poder que les otorgan.
Una mujer que ha sido sistemáticamente humillada y maltratada por sus padres, su pareja, sus hijos, o alguien en una posición de autoridad, tendrá una visión del mundo distorsionada y verá todo y a todos “desde abajo”. Se cree menos que los demás y, como consecuencia, vive esperando que le digan qué hacer y qué decir. Rara vez decide por sí misma porque no se siente libre ni adecuada para actuar por su cuenta.
Cuando la vergüenza se apodera de la vida de una persona, esta comienza a pensar que “es un desastre” y todo hecho negativo lo atribuye a sí misma. A veces, incluso, no piensa que vivió un fracaso o cometió un error, sino que “es un fracaso” o “es un error”. Esta emoción sostenida en el tiempo sin ser reconocida no le permite analizar lo que sucede con objetividad.
Y no solamente piensa de ese modo con respecto a sí misma, sino que tiene la creencia de que los otros también piensan así de ella. La fuente del gran temor de una mujer avergonzada son sus pensamientos (“no valgo nada, no puedo sola, nadie me considera”, etc.). Por eso, suele adoptar una actitud servil y siempre está tratando de complacer a alguien.
Si te has sentido identificado con estas líneas, llegó el momento de salir de la vergüenza y tomar las riendas de tu vida. Hoy tenés frente a vos la posibilidad de hacer algo diferente. No sos ni un error ni un fracaso. Podés cambiar tu sentir y tu accionar, si así te lo proponés.