Hombres y mujeres solemos acumular nuestras emociones negativas, aun sin darnos cuenta. Una de ellas es la preocupación. ¿Quién no se preocupa por algo?, tal vez preguntes. El problema es que vamos archivando nuestras preocupaciones en la mente y el corazón. Y todo lo que uno guarda, aunque lo haga inconscientemente, le va restando calidad de vida de a poco y puede llegar a afectar su salud física.
Por eso, con el tiempo nos empezamos a sentir débiles, tristes, angustiados, sin fuerzas. ¿Cómo limpiarnos de todas esas preocupaciones que acumulamos y tanto nos dañan? Barriendo nuestra mente y nuestro corazón a diario. Porque todos, algunos más que otros, nos creamos problemas que pueden ser reales o imaginarios. Te comporto a continuación las dos fórmulas más habituales de la preocupación:
Hay personas que parecerían ser adictas a la preocupación. Jamás dejan de preocuparse. Si quisieran podrían disfrutar de una vida en calma pero, en lugar de eso, escogen encontrar siempre algo o a alguien para depositar esta emoción negativa. Absolutamente todo las altera: una demora, un comentario desagradable, un maltrato, el tráfico, un dolor físico… y la lista podría continuar.
Hacen de cada situación un problema personal. En especial las mujeres que viven preocupándose, en la niñez, fueron tratadas por sus padres, por lo general, como “princesitas”. Entonces vivían tranquilas porque no tenían que ocuparse de nada, los demás lo hacían todo por ellas. Pero cuando llegaron a la adultez y debieron tomar las riendas de su propia vida, comenzaron a preocuparse y a estar en crisis todo el tiempo. En el fondo, se sienten desamparadas.
No nacimos para preocuparnos. Aunque para algunos es una herencia de familia. Y, si bien todos nos preocupamos en algún momento, eso solo mantiene nuestra cabeza ocupada y nos resta fuerzas. La preocupación no es la respuesta a ningún problema. La responsabilidad y la acción, sí lo son.