La fumata blanca generó la algarabía y la expectativa habitual para estos casos, en la Plaza San Pedro. Muchos de los que tuvimos la oportunidad de conocer la noticia en tiempo real sintonizamos los canales de noticias y mirábamos, casi con la misma ansiedad que los presentes, hacia la puerta cortinada que daba acceso al balcón principal de la Basílica de San Pedro, luego que se corrió el pesado telón rojo que lo cubría.
Rato después, el decano del cuerpo cardenalicio apareció en el balcón y, luego de pronunciar el tradicional Habemus Papam, sorprendió al mundo con el anuncio de que el nuevo Papa era ‘el eminentísimo y reverendísimo Jorge Mario, Cardenal, Bergoglio’ (sic) y que adoptaba como nombre Francisco. Como hizo en Latín el anuncio del Papa, nuestros avezados periodistas no entendieron una papa (bueno, si lo hubiese hecho en Italiano, Francés o Alemán e incluso en Inglés -del Chino Mandarín ni hablar-, creo que hubiera pasado lo mismo).
En esto, el zapping fue fundamental; no se trata de una ‘sacada de cuero’ a los colegas porteños de los supuestos ‘medios nacionales’, sino de una noticia dura. No me refiero a los cronistas ‘de a pie’ sino de los supuestos especialistas que participaban para analizar los sucesos, alguno de los cuales referían que cubrieron en Roma la elección del Papa Ratzinger o de otros anteriores; con el anuncio del nombre, en varios casos se notó que había dudas sobre si era o no Bergoglio; y otro tanto ocurrió con el nombre adoptado. Y, en un par de canales de noticias, llegamos a escuchar que alguno/as preguntaban: ¿Es Bergoglio, entonces?, ¿y cómo se va a llamar?
Y ni qué hablar del mensaje del nuevo Papa, pronunciado en correcto Italiano (para empezar, Bergoglio es hijo de un inmigrante italiano), que nadie atinaba a traducir y que sólo los hijos y algunos nietos de inmigrantes, los itálicos que acá residen y los estudiantes avanzados de la dolce lingua di Dante entendieron, en primera instancia. El resto de los mortales debió esperar por la traducción, en las sucesivas reiteraciones -casi todas parciales- que vinieron bastante después.
De onda -y de todo corazón- les recomendamos a esos colegas del cable, especialistas en noticias internacionales, que, si sus medios o producciones los llegaran a enviar para cubrir alguno de los conflictos en Oriente Medio, averigüen, antes de tocar tierra, cómo se dicen, en árabe (y en Inglés), palabras como ‘alto’, ‘deténgase’, ‘pasaporte’, ‘documentos’ y -a todo evento- ‘¡fuego!’.
El Valor de lo simbólico
Pero no todo fue semántico. Cuando apareció el hasta poco tiempo atrás Cardenal Bergoglio, ya como el Papa Francisco I, a todos se les pasó por alto el hecho de que lo hiciera despojado de atributos, vestido solamente con el clásico hábito papal, a saber: sotana blanca con muceta o esclavina (la capita, bah) y el crucifijo -pendiendo de una cadena- sobre el pecho, pero sin tiara ni báculo (ni siquiera el de hierro de los últimos pontífices), aparentemente relegados, de ahora en más, para determinadas ceremonias litúrgicas; cosa que se puede inferir del hecho que tampoco llevara la no menos tradicional estola papal, que sólo se colocó para administrar su bendición especial, con indulgencia plenaria, urbi et orbi (a la ciudad de Roma y al mundo), para quitársela inmediatamente después, besar la cruz en ella estampada y doblarla; en un gesto más propio de un simple cura que del jefe de una grey católica que excede los 1.500 Millones de seres humanos y sus pastores, diseminados por todo el mundo.
Gestos, símbolos; aunque ése, junto con el anuncio de la visita a la Virgen la siguiente mañana y su buonanotte e buon riposo, fue el final de esa simbología gestual; porque, además de la indumentaria sencilla, su Fratelli e sorelle, buonasera y bromear diciendo que, previo al Cónclave, hacía falta un Obispo en Roma y que los Cardenales lo fueron a buscar casi al fin del mundo fue el inicio de un diálogo en tono coloquial con la multitud -de todo el mundo, pero la mayoría italianos- de la plaza, a la que se dirigió como Vescovo di Roma (Obispo de Roma); optando por la “menor” de las tres dignidades con que fue investido, al ser elegido Papa: Jefe de la Iglesia Universal (eso quiere decir Católica) o, lo que es lo mismo, Vicario de Cristo; Jefe del Estado Vaticano; y Obispo de Roma.
Antes que mostrarse como la cabeza visible de la Iglesia -su máxima dignidad y autoridad sobre la Tierra- o como el Monarca de un Estado temporal (el Estado Vaticano es, jurídicamente, una monarquía absoluta) prefirió manifestarse como Obispo de una Iglesia, la romana. Y si bien la definió, acorde con la tradición, como la primera entre las demás Iglesias particulares (por ser la sede histórica del papado), puso en valor ese aparente privilegio, al afirmar que debía ser, también, ‘primera en Caridad’, que es la más preciada de las Virtudes Teologales -más que las otras dos, la Fe y la Esperanza- porque la Virtud del Amor es la única que perdurará, al llegar a la casa del Padre, después de peregrinar sobre la tierra, según la teología cristiana, para la cual ‘amar es servir’, antes que nada, tal como lo enseñara el propio Maestro y fundador de la Iglesia que de ahora en más conducirá Francisco, lavando los pies de sus discípulos.
Que el planteamiento se lo haga al pueblo de Roma congregado en la Plaza, así como antes les solicitara acompañamiento para rezar por su antecesor Benedicto XVI y más luego le pidió al Pueblo que, antes de darles su bendición, ellos lo bendijeran a él con una oración en silencio por el Papa, por las intenciones que cada quien quisiera poner; actos todos que no solo testimonian humildad, sino que reafirman la concepción de que ‘Iglesia somos todos’, perfectamente establecida en la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo, pero más de una vez dejada de lado en la práctica, por la jerarquía eclesiástica y el propio clero que asumen ante los laicos una actitud paternalista e indicativa. Lo que da que pensar que ‘algo está por cambiar’.
La elección de un nombre que nadie había elegido antes, el de Francisco, es otro signo; de hecho, el nombre que escoge un nuevo Pontífice siempre lo es. Pero, en el caso de Jorge Bergoglio, la elección del nombre cobró un sentido especial, a causa de las características particulares del elegido; porque el ‘Papa argentino’, como ya lo llamaron algunos medios en Italia y el resto de Europa (recordemos que a Juan Pablo II lo llamaron el ‘Papa polaco’), no sólo es el primer ‘Papa latinoamericano’, al decir de los Presidentes Correa y Maduro y de otros más, incluyendo la nuestra, o el ‘primer Papa de América’, como proclamó Barak Obama, sino el ‘Primer Papa Jesuita’ (algunos dicen que esa condición confirma las profecías de San Malaquías y Nostradamus, sobre la elección de un ‘Papa negro’, al que todos imaginaban africano, pero que acabó siendo un miembro de la Compañía de Jesús).
La pertenencia -o proveniencia- jesuítica de Monseñor Bergoglio (llegó a Superior de la orden religiosa, antes de su designación episcopal) hizo que muchos se preguntaran -un poco incrédulos- si refería a San Francisco de Asís, el fundador de la Orden Franciscana, o a San Francisco Javier o algún otro de los Franciscos santos de la Orden que fundara San Ignacio de Loyola. A esa altura, la Santa Sede aclaró que Francisco I adoptó ese nombre por San Francisco de Asís, que predicaba la necesidad de recuperar espíritu evangélico de la Iglesia, la austeridad material y la pobreza de espíritu, la humildad y la hermandad en el amor universal de toda la creación, porque todos somos creaturas de Dios y llamaba hermanos no sólo a las personas, sino a los pájaros, las plantas, el sol y la luna.
Tan humilde era el Santo de Asís que fue ordenado diácono pero nunca aceptó el sacerdocio, porque no se consideraba digno; lo que explica y da sentido a la manera y al modo escogidos por el nuevo Papa para presentarse vestido y manifestarse como Obispo de la Iglesia de Roma.
Los caminos del Señor y su Vicario
La situación en que recibe Francisco I la Nave de la Iglesia son harto complejas y complicadas; por nombrar algunas pesadillas: escándalos financieros, pedofilia, Vaticanlieks, reclamos de igualdad de género, y una pesada y resistente burocracia -de la que los argentinos podríamos dar fe, porque es nuestro legado latino, heredado de nuestros colonizadores hispanos y acrecentado con la profusa contribución de los inmigrantes itálicos- contribuyen a la disminución de las vocaciones religiosas y a una ‘fuga de feligreses’, con la consecuente pérdida de diezmos, en los países más prósperos y de recursos para ‘misionar’ en las regiones más pobres y necesitadas, son algunas de las alarmantes consecuencias.
Sin duda, una de las primeras tareas de Bergoglio será la de leer el informe que le preparara a Ratzinger la comisión investigadora -por él designada- de cuatro Cardenales y que éste, cuando tomó la determinación de dimitir, decidió no publicar y entregárselo a su sucesor, para que el nuevo Papa pudiera tomar las medidas y llevar adelante los cambios que él no se sentía ya con fuerzas para afrontar. Probablemente, el Papa alemán no pensó que el ocupante de la Sede que estaba dejando vacante sería el Cardenal argentino; como es igualmente posible que este Francisco tenga intenciones de encarar esas reformas con el mismo espíritu con que el otro Francisco concibiera la propuesta que, acompañado por el resto de los Hermanos Menores, llevara hasta Roma, como camino para purificar la Iglesia y engrandecerla, para mayor gloria de Dios.
Pero tienen otras lecturas las señales dadas por el nuevo Papa. Dentro de la Iglesia y hacia las otras Iglesias Cristianas separadas, como Obispo de Roma, resaltar el papel de primus inter pares (primero entre los iguales), como San Pedro y San Pablo, entre ellos y en relación con los demás Apóstoles, no exenta de polémicas y discusiones que se llevaban a cabo previo pedido de asistencia al Espíritu Santo, para encontrar el recto camino. Fuera del cristianismo, para llevar adelante, con humildad y tolerancia el ecumenismo proclamado por el Concilio Vaticano II y, reconociéndonos todos los humanos como hijos de un mismo Padre, establecer un diálogo sincero con las otras religiones y creencias, para alcanzar la justicia, la paz y la concordia en todo el mundo y mejorar las condiciones de vida, materiales y espirituales de la humanidad.
No bien se repusieron de la sorpresa, los medios comenzaron a consultar a todo el mundo sobre las posibles consecuencias políticas, en Argentina, de la elección de un Cardenal argentino distanciado y, en algunas cuestiones (como aborto, matrimonio igualitario o muerte digna), enfrentado con el Gobierno y, honestamente, se dijeron -en pro y en contra- bastantes disparates; por empezar, como todos los Jefes del Gobierno Vaticano -y como en toda monarquía- este Papa, al igual que los anteriores, es ciudadano -y Soberano- del Estado Vaticano; lo que le da infinitamente más poder que el que tenía, pero lo acota en la posibilidad de injerencia en los asuntos de otro estado soberano; además del hecho que los Gobierno pueden negociar algunos temas (¿designación de obispos?), en un plano más institucional. Establecer otro vínculo. Más todavía, la relación de fuerzas cambia, al no ser más una cuestión interna, y poder establecer otras nuevas, a niveles de Mercosur, Unasur y Celac.
Muchas veces, hace falta poner un poco de buena voluntad; como la que demostraron Venezuela y Ecuador y, en definitiva, Argentina cuando confirmó el viaje presidencial, para la coronación de Francisco. En definitiva, vivimos en el continente que mayor cantidad de católicos tiene, en todo el mundo y, consideraciones religiosas y hasta convicciones tradicionalistas o conservadoras del ex Cardenal Primado y Arzobispo de Buenos Aires al margen, tener un Papa latinoamericano -el primero en la Historia del cristianismo- y, ‘para colmo’, argentino, tiene que traernos más ventajas que inconvenientes. Cuestión de sobrevolar las cumbres y no aletear entre las ramas bajas de los árboles, como gallináceos.
Si hay verdadera vocación de Patria Grande, tenemos la obligación de ser conscientes de que la mayoría de los habitantes de esta gran Patria Americana, del Río Grande a Tierra del Fuego -y muchos en los EE. UU., inclusive- son católicos y devotos de María en sus diversas advocaciones.
Mientras tanto, más allá de nuestras propias certidumbres y temores, sólo tenemos gestos y actitudes, signos y señales; con el correr del tiempo se verá si las intenciones se concretan en gestión espiritual y aún material, en beneficio de la cristiandad y de la humanidad toda o si esas mismas intenciones -como dice el antiguo refrán y excúsenme la ironía, porque suele ser citado por confesores y predicadores- tan solo contribuyen ‘a empedrar el camino del infierno’.
Preferimos ser optimistas y apostar al éxito de la gestión y, como creyentes, confiar en la asistencia del Espíritu Santo y la protección de María, nuestra Madre; y de Bergoglio también.