La sorpresa fue doble para el jesuita José Luis Caravias. Primero se sorprendió cuando escuchó que Jorge Bergoglio sería el sucesor de Benedicto XVI. No estaba entre los papables y no esperaba que aquel hombre que había conocido en Buenos Aires en 1975 fuera el nuevo Papa. Después, cuando ya se convirtió en Francisco, Caravias se volvió a sorprender. Esta vez por las denuncias que empezó a escuchar y que acusan al actual Pontífice de supuesta complicidad con la dictadura argentina y de retirar protección a dos sacerdotes de su orden que finalmente fueron secuestrados. Y le sorprende porque, según asegura, fue el propio Bergoglio quien a él le salvó la vida en los 70.
La historia de Caravias se narra entre España, Paraguay, Argentina y Ecuador. Nacido en Alcalá la Real (Jaén) a fines de 1935, a los 18 años decidió ser jesuita y aún siendo estudiante, en 1961, se fue a Paraguay. Pero a la dictadura de Alfredo Stroessner no le cayó bien su compromiso con las Ligas Agrarias Cristianas y en 1972 fue secuestrado por un comando policial y tirado sin papeles en la frontera argentina. En la provincia del Chaco formó un sindicato de hacheros, un sector explotado por los empresarios que extraían madera de quebracho para la industria del tanino. Pero eso tampoco le cayó bien a los obrajeros. Y Caravias, después de dos años, debió marcharse a Buenos Aires, donde empezó a ayudar a los paraguayos que vivían en las villas miseria de la capital argentina. Fue ahí cuando conoció a Bergoglio, que era principal de los jesuitas.
«Bergoglio me avisó de que la Alianza Anticomunista Argentina —grupo parapolicial y terrorista de extrema derecha— había decretado liquidarme y que lo mejor sería que me fuera a España», le cuenta Caravias a ABC desde Paraguay. Para ese entonces, ya habían asesinado a dos amigos suyos: los sacerdotes Carlos Mujica y Mauricio Silva. «En esos días, en una visita de despedida a Resistencia, capital del Chaco, fui arrestado y pasé una noche terrorífica en un calabozo inmundo. Es terrible el golpe del cerrojo del calabozo y la incertidumbre de no saber si vas a amanecer. A medianoche me hicieron un simulacro de fusilamiento», recuerda.
Con la sensación del cuchillo de las dictaduras en su garganta, Caravias decidió seguir el consejo de Bergoglio. Más tarde, se enteró de cómo la policía torturó a sus amigos buscando información sobre él: creían que se ocultaba en algún lugar de la Argentina.
«Me animó a huir. Creo que se sintió aliviado cuando me marché. Seguramente no estaba del todo de acuerdo con mi accionar organizativo entre el pueblo. Quizás tantos informes policiales le hicieron dudar, pero conmigo fue noble y me ayudó a escapar de una muerte cierta. Y por ello le estaré siempre agradecido», asegura. Caravias permaneció seis meses en España y emprendió camino a Ecuador. Allí estuvo durante 14 años hasta que finalmente, cuando cayó la dictadura de Stroessner, volvió a Paraguay, donde actualmente reside. Nunca más volvió a ver a Bergoglio. Épocas difíciles
Apenas conocido el nombre del nuevo Papa, aparecieron denuncias sobre la actuación de Bergoglio durante la dictadura militar argentina. Enseguida empezaron a circular versiones que lo acusaban de haber retirado protección a dos sacerdotes de su orden que realizaban tareas sociales en barrios marginales. Orlando Yorio y Francisco Jalics fueron detenidos en mayo de 1976 y estuvieron en cautiverio durante cinco meses en la Escuela Mecánica de la Armada, en Buenos Aires.
«Cuando lo acusan a Bergoglio de no defender a los presos, hay que estar ahí para entender aquello. Eran épocas muy duras y no se puede acusar desde un despacho. Él se movió por Yorio y Jalics», dice Caravias. Incluso escribió un texto titulado «Bergoglio, derecho a la conversión». En esas líneas Caravias se muestra «impresionado por la tozudez con que se insiste en refregar supuestas deficiencias ya lejanas del recién nombrado Papa Francisco». «Algunos le acusan de que no fue suficientemente valiente en denunciar aquellas situaciones. Esto me desasosiega. Había que haber vivido aquellas terribles tensiones para poder hoy recriminar. Torturaban y mataban a la menor denuncia en contra», dice en el texto.
Hace unos días, Francisco Jalics emitió un comunicado donde desmiente que él y Yorio hayan sido entregados a la dictadura por Bergoglio. Jalics vive en una casa espiritual en Bavaria y Yorio murió hace algunos años. Más cerca del pueblo
Según dice Caravias, el Bergoglio de hoy no es el mismo que el de hace cuarenta años. «Está más cerca del pueblo. La extrema derecha ya empieza a denunciarlo como traidor. Y quizás el alto capitalismo mundial esté orquestando las calumnias para desprestigiarlo. Porque para ellos, un Papa austero y comprometido con los pobres es peligroso», dice. «Es un Papa que rompe los moldes y que va a aportar sencillez a una Iglesia que no necesita ser ostentosa», adelanta.