La información oficial conocida en los últimos días instala, una vez más, esa eterna discusión sobre la credibilidad de los números y las subjetivas sensaciones de la sociedad. Más allá de las estadísticas, unos y otros, ensayan interpretaciones con la intención de sacar provecho político de este flagelo.
Es bueno aclarar que la pobreza es parte de la naturaleza humana, ya que se nace sin nada. La inacción y la escasa ambición de progreso colocan al hombre en ese cruel escalón que tanto parece escandalizar hoy al planeta.
Lo que siempre amerita una explicación es el fabuloso fenómeno de la riqueza, del individuo puesto a multiplicar recursos, a ahorrar e invertir, administrando su prosperidad y permitiéndose a sí mismo la oportunidad de soñar con un futuro mejor en permanente crecimiento. Eso es lo fascinante.
Dicho esto, también cabe recordar que el umbral que fija la línea de la pobreza es siempre discrecional. Establecer quién debe estar en esa categoría y quien no, deriva de un criterio caprichoso y arbitrario.
Es este un concepto relativo que ha mutado en el tiempo. Una persona que hoy es considerada pobre tiene acceso al agua potable, la energía eléctrica, una salud y educación básicas. Ni siquiera los más ricos, tan solo un par de siglos atrás, hubieran podían aspirar a eso de modo alguno.
En el contexto actual, no es ninguna novedad que los gobiernos tienden a generar y utilizar estos indicadores para evaluar, parcialmente, su desempeño a la hora de mitigar esta realidad que duele y avergüenza.
Es siempre deseable hacer un seguimiento de ciertas variables. Es obvio que las mismas deben construirse de un modo responsable y transparente evitando la tentación de adulterarlas en función de la coyuntura política.
La historia de este país está repleta de permanentes cuestionamientos a los organismos estatales y las sospechas sobre la posibilidad de que cualquier guarismo sea manipulado están, inexorablemente, a la orden del día.
La gente tiene su propia percepción sobre cualquiera de ellos. Decide si es cierto o no lo que le dicen en función de si esos números se corresponden con lo que efectivamente visualiza en el mundo real en su cotidianeidad.
A estas alturas, las opiniones se dividen entre los que celebran que el actual gobierno haya iniciado un proceso de sinceramiento de las estadísticas y los que entienden que se está reiterando la patética secuencia de siempre.
No obstante la discusión técnica, a los que viven en esta parte del país les consta que la región nordeste es de las más débiles del país. La pobreza estructural por aquí tiene una presencia inocultable que excede cualquier descripción y no muestra demasiadas diferencias entre estas provincias.
Lo que resulta muy preocupante son las interpretaciones que se hacen en torno a los circunstanciales aumentos o disminuciones en esos indicadores. El abuso de la simplificación para argumentar abruma y también ofende.
Atribuir mejoras al eventual crecimiento de un sector puntual de la economía o, a la inversa, pretender explicar caídas en función del comportamiento de una matriz aislada solo demuestra un desconocimiento gigante sobre como funciona realmente la económica y el desarrollo.
A veces pareciera que la clase dirigente observa y analiza las estadísticas desde una perspectiva distante y casi irresponsable, como si fueran meros espectadores sin participación alguna en todo ese complejo proceso.
Esta dura realidad, con matices, con luces y sombras, es solo el producto de las decisiones que se han tomado durante décadas desde la política, pero siempre con la anuencia explícita de una sociedad cómplice que, por acción u omisión, es parte del problema aunque no desee aceptarlo y se excuse.
El presente, que tanto insulta y molesta a tanta gente, no es el resultado de un conjunto de casualidades y situaciones azarosas, sino que es el producto concreto de las ideas que se implementan con absoluta convicción.
Va siendo tiempo de que se deje de lado esta actitud timorata y pasiva de mirar las cifras como si fueran un simple dato aleatorio y se asuman todas las responsabilidades sobre lo que está sucediendo en estas latitudes.
Es indiscutible que en un país, evidentemente, unitario como lo es Argentina, las definiciones de políticas macroeconómicas son totalmente determinantes y condicionan enormemente las chances de progreso.
Pero no menos cierto es que muchos resortes dependen también de las decisiones que se toman localmente en provincias y municipios. Si así no fuera, todos los ámbitos serían idénticos y eso no es lo que se ve a diario.
El típico argumento mediocre que siempre asoma, ese que intenta justificar las contundentes realidades aduciendo una supuesta falta de recursos, no solo es una mentira sino que es una confesión de la propia impericia.
Si los que gobiernan creen en eso va siendo tiempo que dejen su lugar a los que se consideren capaces de torcer ese rumbo. Muchos países y regiones pueden refutar, con sus exitosas experiencias, esa brutal falsedad.
Es imperioso aprovechar este momento e instalar un debate con mayúsculas para que sea la sociedad la que tenga la ocasión de revisar lo hecho y empezar a edificar un camino diferente, que deje de relatar cifras como información fría y comience a revertir las condiciones generales.
Hay mucho por hacer, pero el primer paso es asumir el problema, reconocer los errores conceptuales que llevaron a este presente y cambiar de cuajo todo lo que sea necesario para que la próxima foto no sea igual a la actual.