La reciente reunión de funcionarios del norte argentino realizada en la ciudad de Resistencia con la presencia de las máximas autoridades generó, desde su convocatoria, una enorme expectativa en toda la región. Sin embargo, son muchos los participantes del encuentro que afirman que se avanza muy lentamente.
Es inocultable que ciertas provincias han sido sistemáticamente postergadas durante décadas. Algunas regiones recibieron siempre más dinero de las arcas públicas mientras otras eran deliberadamente relegadas.
Lo peor de la política hizo su parte y asignó mayores presupuestos a los distritos amigos. Tampoco es casual que las inversiones estatales casi siempre se hagan en las provincias que tienen un peso electoral superior.
En ese contexto, en plena campaña de 2015, fueron varios los candidatos que prometieron una suerte de reparación histórica para el norte del país, lo que se significaría una avalancha de recursos que aportaría equidad.
Ya en tiempos de la Presidencia de Mauricio Macri surgiría el rimbombante Plan Belgrano con un horizonte de grandes proyectos de infraestructura y gigantes aportes económicos para la concreción de las grandes e imprescindibles obras que la región venía reclamando desde hace años.
Un esperanzador panorama asomaba. Los gobiernos provinciales y municipales vislumbraron en estos anuncios una enorme oportunidad. Por esa razón trabajaron fuertemente en tratar de incluir ciertos desafíos complementarios que no habían sido contemplados en el diseño original.
La sociedad civil, igualmente entusiasmada, se sumo a esa discusión y se animó a proponer prioridades para que esas inversiones tuvieran un impacto real en la vida de cada uno de los ciudadanos y en su futuro.
Puentes, caminos, ferrocarriles, aeropuertos, represas, gasoductos puertos y una casi infinita lista de ideas aparecieron como una necesidad imperiosa. Todo eso parece vital para poder mirar el porvenir con mayor optimismo.
No han pasado tan solo un par de meses desde aquellos grandilocuentes anuncios oficiales que alardeaban con esos miles de millones de pesos que se dedicarían, con convicción, a estas obras tan anheladas.
Este periodo presidencial transita su tercer año. Ya se ha consumido buena parte de su ciclo. Le queda solo alrededor de un tercio para concluir su mandato actual y la verdad es que se ha hecho bastante poco al respecto.
Cuando, hace unas pocas semanas, se anticipó este relanzamiento, cierto pesimismo que iba tomando forma en los círculos políticos y en la sociedad toda, se puso en pausa y apostó nuevamente a creer en esta herramienta.
Hace algunos días finalmente se concretó el evento tan esperado pero reaparecieron los fantasmas con mayor potencia. Es que pese a la pretendida majestuosidad de la actividad las definiciones faltaron otra vez a la cita y todo ha quedado, nuevamente, en el terreno de lo enunciativo.
El encuentro contó con importantes presencias. No solo participaron el Presidente, muchos de sus ministros y colaboradores, sino también Gobernadores, Intendentes, funcionarios provinciales y municipales, además de cientos de integrantes de organizaciones intermedias.
Con semejante marco de referencia, la gente esperaba mucho más que una larga secuencia de brillantes exposiciones repletas de diagnósticos interesantes sobre como se llegó hasta aquí y hacia donde se quiere ir.
A estas alturas de la gestión las disertaciones sobre como han encontrado el país aburren y de ningún modo alcanzan para explicar la escasa velocidad con la que se implementan soluciones y reformas impostergables.
No es que sea incorrecto explicitar el estado de situación y el punto de partida, ni tampoco está mal describir la visión que se tiene sobre el futuro, pero la sociedad espera bastante más que eso. Pretende plazos y certezas.
Muchas de las obras oportunamente prometidas no solo no están concretadas, sino que en la mayoría de los casos no están ni iniciadas, ni licitadas. Son demasiadas las que no tienen un proyecto ejecutivo publicado y en ciertos casos ni siquiera se están estudiando con profundidad.
El nivel de demora es muy elevado. Por momentos, diera la sensación de que no tienen los recursos necesarios para hacerlo. De hecho, son muy pocas las acciones que han sido contempladas en el Presupuesto Nacional.
Son los legisladores nacionales, de todos los partidos, integrantes de ambas Cámaras del Congreso los que han votado esa “ley madre” que determina las partidas económicas. Ellos saben lo que sucede con lujo de detalles.
Va siendo tiempo de sincerarse. El Plan Belgrano puede ser una buena idea, pero que solo ha servido hasta aquí como un ámbito meramente deliberativo, de búsqueda de consensos, de acuerdo de prioridades, pero que no tiene un impacto directo ni consigue influir de un modo decisivo.
Al menos eso lo que se ha mostrado claramente hasta ahora. Se podrá argumentar con gran habilidad dialéctica, pero los que viven aquí pueden visitar esos lugares donde se debería estar trabajando a toda marcha. Allí se puede constatar que, con suerte, colocaron un cartel.
La política no ha tenido el coraje suficiente para decirle a la sociedad la verdad. La expectativa no se cumplirá porque se excedieron con las promesas. Puede que tengan ganas de hacer mucho pero no están dispuestos a eliminar los privilegios de la política para aplicar todos esos recursos a aquello que efectivamente mejoraría la calidad de vida de todos.