Pienso, mientras escribo, que esto debería ser una especie de reflexión sobre el Día del Periodista, sobre el oficio, sobre cómo es ejercer la profesión en estos tiempos. Me pregunto, para poder avanzar, qué puede tener valor social para audiencias que no leen casi nada, como dijo Leticia Martin en Perfil hace un tiempo con su gran columna “Nadie lee nada”, que resultó como una cachetada para editores, y para las empresas por las condiciones en que estamos haciendo periodismo, con muchos colegas precarizados, ganando dos pesos con cincuenta por un laburo de calidad que requiere responsabilidad, rigurosidad, compromiso.
Me pregunto también si es necesario decir que esta época no se compara con otras. ¿Por qué justificar el pasado con las aberraciones del presente? Y créanme que sí, tengo memoria, hace más de 20 años que ejerzo el periodismo y nunca nadie, desde la cima del poder y con la suma del poder público, instó a la población con tanta insistencia y vehemencia a odiar más a los periodistas, sólo por citar lo que últimamente más me inquieta.
Pienso, mientras sigo escribiendo y tratando de reflexionar sobre la profesión, algo que me sigue doliendo demasiado: somos más de 100 los profesionales despedidos de los medios públicos de mi provincia –entre ellos yo, integrante por tres años de la Agencia FOCO, borrada por completo del mapa-. Y me pregunto qué pasa por la cabeza de quienes, en nombre de ese gobierno, nos invitan a celebrar el 7 de junio con un “agasajo” en un lugar muy tradicional de Resistencia. Como si alguien tuviera ganas de celebrar con sus propios verdugos, o simplemente ganas de festejar la fecha en semejante contexto de gente sin laburo, o de colegas con dos o tres trabajos que ni siquiera les alcanzan para llegar a fin de mes, o de periodistas precarizados hace años que cobran salarios que no llegan ni a un tercio de una canasta básica.
Pienso que haber llegado a escribir todo esto ya es demasiado, porque comienzo a hablar más de mí que del periodismo en general. Pero sigo, porque me acuerdo de mi tarea diaria de buscar datos, procesarlos, contrastarlos y ofrecerlos como noticia, y estoy segura de que sí es necesaria para comprender lo que está pasando; lo fue, lo es y lo será siempre; como también para decir sin miedo que este o aquel gobierno están “acomodando” indicadores económicos y sociales a su conveniencia y que no representan la realidad. Sí, también me acuerdo aquellos que metieron mano en el índice de precios. Porque, en definitiva, todo eso que comunicamos todo el tiempo desde los medios o desde el lugar que ocupemos es el resultado de adquirir conocimientos, de capacitarse, de innovar, de esforzarse por hacer un mejor periodismo cada día.
Para respaldar lo que estoy diciendo con algún dato de contexto, hice un scrolleo rápido buscando cuáles fueron los reclamos de nuestro sindicato en estos últimos años y encontré siempre lo mismo: que las condiciones laborales y económicas de los trabajadores de prensa fueron y son paupérrimas, sin que hayan mejorado ni un poco. Y menos en la era Milei, con salarios registrados que perdieron 32% versus la inflación.
Mientras escribo me acuerdo todo el tiempo de la definición de una compañera, cuando hace unos días tratábamos de pensar una palabra, una sola, que definiera nuestra profesión. Ella dijo “sobrevivientes”. Yo pensé en agregarle “orgullosos sobrevivientes”.
En esa estamos muchos: sobreviviendo a ataques permanentes que buscan amedrentarnos, desalentarnos, desprestigiarnos; sobreviviendo a una economía que nos castiga; sobreviviendo a empresas que precarizan. Pero, pese a todo, sin perder nunca el foco de nuestra actividad, que es contar hechos, contar lo que pasa, abrir micrófonos y páginas para que cada persona que necesite llegar a una audiencia masiva pueda hacerlo. Ese es el valor social de nuestra tarea, en cualquier escenario, aunque muchas veces nos cueste un montón sostener un día a día así.