Una nueva Semana Santa aparece en nuestra vida y con ella las ofertas de “alternativas” generalmente destinadas a disfrutar turísticamente. Bueno, queridos lectores, les acerco una alternativa diferente: acercarnos y adentrarnos al núcleo de lo que celebramos…
Tenemos el peligro de detenernos en lo secundario y olvidar lo esencial. Nuestro amigo José S. Luque en la excelente página de internet feadulta.com propone las siguientes reflexiones…
Pienso que lo más esencial será que las diversas celebraciones: procesiones, vía crucis, liturgias, encuentros familiares, etc., nos acerquen al protagonista principal de esta semana: Jesús de Nazaret. Pero, tanto se ha hablado sobre Jesús, tantas cosas se han dicho de él que nos podemos sentir como aturdidos e incluso desorientados. Por eso hemos de volver constantemente al Evangelio para comprender lo más esencial sobre Jesús. Recuperemos, como nos dice el papa Francisco, la frescura original del Evangelio (EG 11 ).
Lo primero que nos dice el Evangelio es que Jesús fue un buscador de alternativas. Y nosotros, si queremos continuar el camino que él abrió, tenemos que ser también buscadores de alternativas. Vivimos en una sociedad en la que parece que ya no es posible otra economía ni otra política, que tenemos que resignarnos con lo que tenemos, que no hay alternativas, que solo son posibles pequeños retoques al sistema socioeconómico que nos rodea.
Hoy, los seguidores del Nazareno, igual que otras muchas personas, tenemos que creer firmemente que es posible un mundo distinto, una sociedad distinta donde la fraternidad, la igualdad y la verdadera democracia se hagan realidad. Un mundo, en definitiva, en que se respeten los derechos de todas las personas y los derechos de la madre Tierra. Donde el compartir sea lo más normal y natural.
Jesús nos propone una nueva imagen de Dios, de la persona humana y de la sociedad. La Semana Santa nos escenifica la nueva imagen de Dios que Jesús nos trae.
Estamos llamados a buscar ese Dios alternativo que Jesús nos revela que, aunque nos parezca extraño, es distinto al Dios de las religiones y de las filosofías, incluso al Dios del AT. La inculturación del cristianismo en el mundo grecorromano hizo que se pensara que el Dios comunicado por Jesús era aquel Ser supremo caracterizado como Acto puro, Motor inmóvil, Divinidad inmutable, Poder impasible y Todopoderoso de la filosofía griega. Incluso así pasó a la teología oficial.
Pero la cruz nos revela un concepto de Dios completamente nuevo. Dios se ha deshecho de las máscaras con que pretendíamos encubrir su rostro. Dios irrumpe en la historia humana en la persona del obrero Jesús. El misterio de Dios encontró cuna, hogar, asiento, camino y mortaja en el judío Jesús de Nazaret. Y en la cruz, en esa cruz que con tanta solemnidad vamos a procesionar por nuestras calles en estos días, es donde Dios aparece en su verdadero ser. Un Dios que llora, suda y sangra, haciendo suyo el dolor, el miedo, la desesperación de quienes comparten con él la condición de victimas de la tierra.
Nos dice el profesor alemán y teólogo mártir D. Bonheoeffer que fue ahorcado a los 43 años en un campo de concentración nazi:
"En Jesús crucificado se rompen todas las ideas que sobre Dios se han hecho las personas a través de la historia. En él aparece la debilidad y el sufrimiento de Dios. Solo un Dios que sufre puede ayudarnos".
Y es desde la cruz, donde Dios nos dice que lo más divino que hay en nosotros es la lucha solidaria por hacer un mundo más justo y más humano. Nuestra tarea será bajar de la cruz a los crucificados de la historia, y unirnos, indignados, a los millones de personas que se manifiestan a favor de una sociedad más justa y menos desigual