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¿Quién le teme al Papa?
Sábado, 16 de marzo de 2013
Las razones geopolíticas detrás de la elección de Bergoglio
La llegada de Francisco a la silla de Pedro resulta menos sorpresiva si se analizan las preocupaciones estratégicas que la impulsaron. Pero, ¿por qué un Papa que hace opción por los pobres preocupa a cierta izquierda?


No es la primera vez que la doblemente milenaria institución que es la Iglesia Católica, desmintiendo la imagen de anquilosamiento que se le suele atribuir, da un golpe de timón y se vuelve a colocar en la corriente de la Historia. A veces, incluso para acelerarla.

Hace tiempo que se especula sobre la posibilidad de un Papa latinoamericano. Llegó la hora y es el momento entonces de pensar en lo que esto significa y en lo que puede causar.

El vaticanista italiano Vittorio Messori aseguró haber intuido la elección de Jorge Bergoglio por cálculo, no cabalístico sino estratégico, basándose en su conocimiento de la realidad de la Iglesia.

Messori, autor de una entrevista con Juan Pablo II que acabó en libro (Cruzando el umbral de la esperanza), escribió en el Corriere della Sera que la elección de Francisco es una opción geopolítica tan fuerte como en su momento la de Karol Wojtyla. Si aquella vez se trató de contribuir a la liberación de medio continente del yugo del autoritarismo soviético, la opción geopolítica “verdaderamente urgente, incluso urgentísima,” que se imponía esta vez, dice Messori, venía de un desafío: “La Iglesia de Roma está por perder al que consideraba ‘el Continente de la Esperanza’, el continente católico por excelencia: Sudamérica abandona el catolicismo a un ritmo de miles de hombres y mujeres cada día”.

La mayoría de los fieles que ha perdido la Iglesia Católica latinoamericana –casi un cuarto del total desde comienzos de los años 80- han ido a las diferentes vertientes del neopentecostalismo, muy activas y provistas de recursos más que suficientes para atraer a los sedientos de espiritualidad pero también de contención social y hasta económica.

Por este alejamiento de las masas del catolicismo, Messori responsabiliza en parte a “las teologías políticas de los últimos decenios, predicadas por curas y monjes convertidos en activistas ideológicos”.

El Vaticano que, como recuerdan muchos analistas, toma sus decisiones con un horizonte de largo plazo, habría tenido en cuenta entonces el nuevo equilibrio geográfico del mundo y del catolicismo y desplazado en consecuencia su centro de gravedad hacia la región donde vive casi la mitad de sus 1.200 millones de fieles.

El continente de los peligros

El número de bautizados creció en el continente americano, pero el catolicismo ha retrocedido en términos relativos. En Brasil, por ejemplo, el país con mayor número de católicos, éstos pasaron de ser el 95% del total en 1910, a un 65% actualmente.

Considerando al mundo industrial más desarrollado, el dato que resalta es que el único país que registró en el último siglo un aumento neto porcentual de católicos sobre el total de la población es Estados Unidos. De 14% en 1910, pasó a 24 por ciento hoy, principalmente debido a la fuerte inmigración latina. En cifras absolutas, con 75 millones de católicos, está hoy a la par con Filipinas, en el tercer puesto a nivel mundial.

Esto permite apreciar en todo su sentido las palabras del presidente Barack Obama cuando saludó a Francisco como el “primer Papa americano”.

Ahora bien, estas consideraciones numéricas, aunque seguramente contaron en la decisión, quizá no sean suficientes para explicar cabalmente lo sucedido.

La elección de Bergoglio puede ser vista también como un modo de recuperar un impulso transformador, que había sido muy intenso durante los primeros años del pontificado de Wojtyla, cuando la política le hacía el relevo a los caminos que el Papa señalaba desde la fe. Su histórica visita a Polonia reavivó el fervor religioso y fortaleció el movimiento sindical Solidaridad que fue clave en la erosión del régimen totalitario.

Pero, años después, a diferencia de lo sucedido con el comunismo, las críticas y advertencias de Wojtyla contra los peligros de la globalización y del capitalismo salvaje no parecían tener impacto en la política, que desoía sus llamados a reducir la desigualdad, la pobreza y la deuda de los países más atrasados. “No es posible que los países ricos traten de mantener su estándar de vida explotando gran parte de las reservas de energía y materias primas” que deben “servir a toda la Humanidad”, decía Juan Pablo II, y lamentaba que “decisiones con consecuencias mundiales (fuesen) tomadas sólo por un pequeño grupo restringido de naciones”.

Los males a combatir hoy son más intangibles y más extendidos a la vez que los regímenes de la Europa del Este: el relativismo moral, la tiranía del consumismo, el “escándalo de la pobreza”, como decía Wojtyla. Al igual que durante su pontificado, la apuesta puede hoy volver a ser que haya una traducción institucional –política, económica y social–, de los caminos que el nuevo Papa eventualmente señale y abra desde la fe.

Latinoamérica no es solamente el “Continente de la Esperanza”, también es el continente de los peligros que representa su enorme deuda social: la desigualdad sigue siendo extrema, el narcotráfico y la violencia delictiva azotan a muchos de sus países de un modo indignante y, tras una década de gobiernos de discurso anti-neoliberal, exhibe la poco honrosa cifra de 66 millones de indigentes.

La opción por los pobres, que Jorge Bergoglio quiere convertir en signo de su Pontificado, no puede tener mejor escenario que ése. No será el único, por supuesto: otras regiones del mundo en desarrollo lo son igualmente.

Pero en América Latina, la mayoría de los gobiernos actuales tiene también a los pobres en el centro de su discurso, lo que no significa en todos los casos una historia de éxito en materia de reducción de la pobreza.

¿Quién le teme al Papa?

Así como en los años 70 la designación de un Papa polaco fue el signo de la decisión del Vaticano de ser protagonista en la reunificación de Este y Oeste en Europa, bien puede leerse la elección de un latinoamericano como la voluntad de enfrentar los “males” del mundo moderno –desigualdad, pobreza extrema, violencia, narcotráfico– en un terreno donde todos ellos se dan cita y que es además, tradicional reservorio de la religión católica.

Si Messori compara esta elección con aquella de 1978 que dio origen a “uno de los mejores pontificados del siglo”, pero causó pánico “entre la Nomenklatura de la Unión Soviética y de todo el este que preveía los problemas” que efectivamente tuvo con él, la pregunta que surge ahora es: ¿Quién puede temerle a este nuevo Papa?

Y no faltan asustados a juzgar por la reacción de cierta izquierda argentina.

Un referente social del oficialismo argentino publicó un tweet extremadamente revelador: “FRANCISCO I es a América Latina lo q Juan Pablo II fue a la Unión Sovietica. El NUEVO INTENTO DEL IMPERIO POR DESTRUIR LA UNIDAD SURAMERICANA.”

Pasemos piadosamente por alto la reivindicación abierta y la añoranza por las dictaduras comunistas, difícil de entender en quienes se consideran a sí mismos campeones de la lucha por los derechos humanos.

¿Cómo se explica que los paladines del discurso anti pobreza crean que este Pontificado puede afectarlos? Salvo que se trate de que el mismo los interpela por el divorcio entre discurso y acción.


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