Por séptimo año consecutivo, el viernes, el verde del patio de Sala 88 se hizo más intenso. El brillo de las estrellas y de una noche profunda, húmeda y pesada se complementó como escenografía natural para que el Teatro Bar demuestre que sigue vigente.
Desde aquella loca idea en 2006, cuando la intención solo era pasar el verano de una forma diferente, el formato fue mutando. Desde la telenovela y un par de guitarristas, sin escenario con público en livings improvisados de la primera y original temporada hasta hoy: acústico. Es que en el medio hubo denuncias, multas e inspecciones. Se analizaron dos alternativas: suspender o bajarle el volumen. Las localidades agotadas, los aplausos y las carcajadas demostraron que la decisión fue la correcta y todos fueron felices (los ochoentaiocho, el público y la vecina).
En el primero de las seis entregas que tendrá el ciclo 2013 quedaron demostradas varias cosas. Una es que paso de los años no solo mejoró el formato sino que también influyo positivamente en los actores. Paulo Segobia se consolido con un personaje que al principio le quedaba grande; el viernes recibió y atendió en la piel de ficción y cuando subió al escenario dejó abajo a su verdadero yo, para desplegarse con tranquilidad, seguridad y confianza. Las carcajadas del público fueron una consecuencias y hasta naturales.
Tanto Mozón afirmó, con una brillante actuación de un rey mago frustrado en Resistencia, que no está de paso en elenco y que dejó del ser el hijo de. Con nombre propio y personalidad interpretó por primera vez un personaje, actuó (durante el año sus monólogos fueron autorreferenciales). Aprobado.
Ariel Ramírez, dejó de ser solo una voz bonita arriba del escenario y un conductor que se anima actuar. Interpretó a un niño que influenciado por la televisión habla en neutro y sufre el poco interés de sus padres y por lo que intentan por todos los medios llamar su atención. Interpretado con ternura y gracia, puesto en la piel del personaje, logró la identificación de más de una de las personas del público.
Aron Jerez y Willy Mestre le ganan terreno al miedo escénico, contando sobre la vida misma; se animan, se consolidan. Dos monólogos sin ficción: sobre dudas existenciales que en realidad no aportan mucho pero rondan en la cabeza de cualquiera (como por ejemplo si la naranja se llama así por el color, o el color lleva ese nombre por la fruta) y sobre la mala influencia de los programas de televisión a lo largo de la historia. El resultado fue risas y más risas; aplausos.
Paz Morresi, la única mujer que el Club de la Comedia chaqueño presentó, hizo más de los mismos. Actúo brillantemente. Con su corta edad –y estatura, según el monologo- es una de las mejores actrices de la región y cada vez que sube al escenario lo demuestra, sea con personaje o autorreferencialmente. El viernes se rió de ella misma y de los problemas que le trae ser petiza, pero –como ella misma dijo- “todo depende del punto de vista que lo mires”.
Hugo Blotta –luciendo unos cuantos quilos de menos y una sonrisa por ellos- hablo, como siempre, más con su sola presencia que por su actuación. Es, según el mismo se define, el anfitrión de la noche y oficia de tal, presentando a cada uno. Análisis político, de la realidad, con algunos pasajes autorreferenciales contando sobre el verano y la dieta, sacó las carcajadas de siempre.
La música estuvo presente, con Mariana Morales y Fernando Gualini, acústico, bajito que con excelencia musical esta vez no fueron los protagonistas, pero si el complemento perfecto para la noche.
El crecimiento de las instalaciones es otras de las cuestiones que quedaron demostradas. Hace siete años cuando el teatro bar arranco, había más espacio en el patio, pero menos adentro; la cocina era improvisada y las mesas inventadas.
Hoy el patio es más chico, pero el teatro interno crece abrumadoramente, pidiendo terreno (y público) para que, más allá del verano, la temporada también sea un éxito. La cocina no tiene nada que enviarle los bares, aunque ahí no se cocine para vender, con piso nuevo (y muy coqueto haciendo una suerte de mural con restos de cerámicos) y despidiéndose definitivamente de las paredes de chapas (“para cumplir con las ordenanzas”, según Hugo Blotta).
Además quedo demostrado que cuando la gente necesita eventos culturales, que sabe apreciar la calidad artística, que disfruta y necesita cultura. Que el precio no importa (porque si, la inflación nos castiga a todos y el elenco de Sala 88 intenta vivir de la actuación) cuando devuelven un buen show. Aunque desbordados por momentos, la atención fue buena para actores que hacen de mozos.
Es así que, resumiendo, quedo demostrado que el teatro bar de Sala 88 tiene vida, es aceptado y sigue vigente. Salud y por muchos más.