La estabilidad macroeconómica y la democracia son factores fundamentales para el desarrollo de cualquier nación. Como muchos expertos han demostrado, existe una clara correlación entre el crecimiento de los países y su calidad institucional y modelo de largo plazo. Sin embargo, esto no pareciera ser suficiente como para garantizar el desarrollo sostenido y sustentable. En este sentido, todo indicaría que estas condiciones son solo las bases para el crecimiento futuro. El paso definitivo hacia el desarrollo tiene que ver con el diseño de políticas que apunten a mejorar otros índices, como por ejemplo, el de productividad, término que no se ha tratado mucho en los ámbitos locales.
En los últimos años, muchos países latinoamericanos han crecido y han logrado mejorar sus índices de pobreza, ingresos y su PBI. Incluso, algunos de ellos han logrado establecer y respetar ciertas políticas de estado. Ejemplos claros de este tipo de modelos estables son: Chile, cuyo modelo político y económico ha logrado atraer inversiones y generar crecimiento a un país que, en términos de PBI per cápita, ya se encuentra entre los más avanzados del mundo; y Brasil, un gigante que ha logrado mantener y respetar los tres pilares que Cardoso estableció para garantizar la estabilidad fiscal, monetaria y de balanza de pagos. Recientemente, también se han sumado otros países como Perú, que a pesar de los recambios de gobierno, respeta ciertos lineamientos básicos. La tendencia general avanza hacia una mayor calidad institucional y el establecimiento de ciertas políticas básicas, lo que resulta una buena noticia para la región. Sin embargo, esto no pareciera ser suficiente para lograr un crecimiento sostenido que coloque a los países dentro del selecto grupo de la OCDE. Para peor, cuando comparamos los índices de crecimiento de los países latinoamericanos con los de otras regiones del mundo, encontramos que el crecimiento y las oportunidades podrían haber sido mejores. Esto quiere decir que el mero establecimiento de un régimen institucional fuerte y cierta estabilidad, por sí misma, no alcanza. Para explicar este fenómeno podemos dividir los modelos latinoamericanos en dos: mientras que los países del pacífico han decidido adoptar un sistema de desarrollo por promoción de exportaciones con apertura al comercio internacional, los del atlántico han buscado establecer modelos proteccionistas que busquen el desarrollo a través de la sustitución de importaciones y el fortalecimiento de su mercado interno. Ambos planes tienen en común que no han logrado que los países desarrollen su productividad y dejen de depender de los commodities y los recursos naturales. En el caso Chileno (paradigmático modelo de los países del pacífico), el crecimiento se ha concentrado en industrias de productos primarios y controladas por una élite. Esto quiere decir que los índices de desigualdad no han mejorado y la productividad, factor fundamental para tener en cuenta al momento de pensar en el verdadero desarrollo, tampoco se ha incrementado ostensiblemente. Así las cosas, el modelo chileno continúa siendo vulnerable a los vaivenes de los precios de los commodities, en particular, del cobre. El fondo de ahorro establecido por el gobierno tiene como finalidad servir seguro ante una eventual crisis de precios internacionales y brindar seguridad y estabilidad a la Nación, pero por el momento no ha podido ser utilizado para favorecer la productividad a través de inversiones en educación, innovación o emprendedurismo. Quizás, en algunos años, las reservas sean más grandes y permitan tener un volumen suficiente como para que el gobierno invierta en estos rubros, lo que sí representaría un plan de desarrollo del largo plazo, tal cual como dice Krugman. Pero como vemos, entonces sería ese plan de inversión en productividad lo que lleve al país chileno a mejorar sus índices de distribución del ingreso y productividad, y avanzar hacia el desarrollo definitivo. Por su parte, Brasil, como ejemplo paradigmático de los países del Atlántico, también presenta matices. La continuidad de ciertas políticas básicas y el sistema democrático han permitido generar las condiciones necesarias para el desarrollo de la industria local y para que el gobierno tenga suficiente dinero para sacar a 40 millones de personas de la pobreza. En este sentido, se ha mejorado la performance en términos de desigualdad, ingresos y PBI. Pero al igual que en Chile, el sistema tiene sus falencias. Y es que Brasil se ha olvidado de implementar un sistema educativo que logre hacer sostenible el gasto social en el largo plazo. El sistema educativo tiene muchas fallas y esto no permite a Brasil mejorar su productividad e insertar una clase pujante en la matriz productiva del país. A su vez, las ineficiencias del estado y la falta de incentivo a la innovación tienen al país estancado en un crecimiento aceptable, pero que podría ser mayor. Brasil ha concentrado una porción demasiado grande de su inversión en industrias que ya se encontraban maduras y desarrolladas, provocando un sistema de comodidad, dependencia en el subsidio (lo que no favorece que existan mejoras en eficiencia) y corrupción. Claramente, la falta de incentivos a la innovación, los servicios y la infraestructura son una deuda del modelo brasilero. Al igual que en Chile, esto provoca que el crecimiento experimentado en los últimos años haya sido a tasas menores que las de los países asiáticos y que se encuentre expuesto a ciertas vulnerabilidades, tal como estamos viendo en la actualidad. Como conclusión, se podría decir que la estabilidad política y económica son las bases fundamentales para cualquier modelo de país que quiera buscar el progreso en el largo plazo. Sin embargo, ese marco fundamental no lo es todo a la hora de pensar en el desarrollo de las naciones. Como bien dijo Krugman, en el largo plazo es sumamente necesario que los países diseñen planes que se orienten a incrementar su productividad. Esto rompería la dependencia en los commodities y terminaría con el círculo vicioso que obliga a los países a devaluar para ser competitivos, provocando inflación y desmejora de algunos índices. La competitividad debería centrarse en la inversión y el mejoramiento de la eficiencia. El desafío del continente es aprovechar el crecimiento para desarrollar planes que apunten a incrementar la productividad. En este sentido, la deuda fundamental pasa por crear sistemas educativos que potencien el capital humano. Además, deberían diseñarse programas que incentiven la innovación, la incorporación de know-how, y las inversiones en sectores que puedan aportar un mayor valor agregado a la matriz productiva. Sería importante debatir estos temas de cara a las próximas elecciones nacionales. nicosarlenga Nicolás Sarlenga Abogado Coordinador del Equipo de trabajo en Instituciones del Centro de Estudios Nacionales (CEN)